jueves, 15 de marzo de 2007

Energía y futuro

Ya conocemos la noticia. El Consejo Europeo ha fijado el año 2020 como fecha límite para el cumplimiento de tres acuerdos muy ambiciosos en materia energética y medioambiental: 20% de energías renovables, 20% de reducción en las emisiones de CO2, 20% de aumento en la eficiencia energética. El veinte se transforma en una cifra mágica para objetivos que parecen tan optimistas como inalcanzables. Otros acuerdos anteriores, menos exigentes, e igual de importantes o más, como el protocolo de Kyoto, tampoco parece que se vayan a cumplir cuando toque hacer balance, allá por el 2012.

En cuestiones de energía y medioambiente, vivimos un presente de continuas intenciones, y dejamos para el futuro conseguir todo lo que no somos capaces de alcanzar ni hoy ni mañana. Por eso buscamos soluciones inmediatas, con la esperanza de que nos sirvan en ese futuro plagado de intenciones comprometidas. Me sorprende el eco social que, últimamente, y desde sectores muy dispares, viene escuchándose sobre la energía nuclear, incluso con la argumentación de sus bondades medioambientales.

En España, la energía nuclear de fisión produce una quinta parte de la electricidad que consumimos, a un coste muy competitivo. Es verdad que no emite gases de efecto invernadero, los causantes del calentamiento del planeta. Pero también lo es que utilizan los elementos químicos más raros y peligrosos: uranio y plutonio. Sus nombres producen pavor con solamente escucharlos. Podríamos declarar que las centrales nucleares son tecnológicamente solventes, pero científica y conceptualmente obsoletas. Aunque en un alarde de audacia científica, hemos depositado esperanzas en ser capaces, dentro de 50 años, de dominar la fusión nuclear, cuando quizá no lo logremos en un siglo. Porque esperanzas hay muchas, pero a veces da la sensación de que se emplea el poco dinero que hay para investigar en aventuras insostenibles.


Busquemos tiempo para la reflexión, al menos. Quizá todo este debate se haya centrado en los efectos, desatendiendo las causas. Y son fáciles de entender. La humanidad presenta cifras alarmantes de consumo energético. Nuestra calidad y nivel de vida dependen íntegramente de la capacidad que tenemos para abastecernos con energía eléctrica. Por eso nos atrevemos incluso a consumir, a raudales, los recursos energéticos de generaciones posteriores. Disponemos de políticas de ahorro energético, impulsos al uso de energías renovables, fomento del empleo de tecnologías limpias, medidas de respeto al medio ambiente. Pero, al margen de estas consideraciones, lo que sí tenemos, lo que compartimos todos, es una inagotable voracidad para consumir energía, provenga de la fuente que provenga. Limpia o no.