jueves, 19 de abril de 2007

La inmortalidad

Tanto si es usted creyente como si no, quizá le interese saber que la inmortalidad, la resurrección de los muertos, la vida eterna, no sólo son creencias religiosas, sino –para algunos científicos apasionados de su trabajo- consecuencia inevitable de las leyes físicas. 
La idea la expuso, hace algunos años, el físico estadounidense Frank Tipler. Según sus ideas, la inteligencia humana se esparcirá por todo el universo, mientras éste se expansiona hasta completar su desarrollo, nacido del Big Bang. Para entonces, el homo sapiens habrá dejado de existir. Pero tras cientos de miles de millones de años el universo estará uniformemente poblado con una forma de vida extremadamente avanzada. Comenzará entonces a contraerse, en ruta hacia un colapso final, Big Crunch, controlado audazmente por estas formas tan avanzadas de vida inteligente. La vida convergerá a lo que el teólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin denominó Punto Omega. Última forma de poder y conocimiento, representará  además el amor absoluto, capaz de resucitarnos a todos los humanos que alguna vez han existido gracias a una perfecta emulación de todas y cada una de las combinaciones posibles del ADN. Vivir de nuevo. Todos y todas las cosas, incluso las que nunca se produjeron. Por mucha e inimaginable variedad de vida que exista en el universo, se trata de un número finito. Es por tanto abordable por esta entidad superior así constituida. El universo, la inteligencia en él creada, converge a ese Punto Omega, en el que no existe el tiempo ni el espacio por nosotros conocidos. Así dicho, podría representar en sus aspectos básicos al Dios de los cristianos y de los judíos, matices aparte. Pero igualmente es el Dios del Islam, quien continuamente destruye y reconstruye el universo. Incluso representaría la visión de la reencarnación en el Taoísmo y el Hinduismo.
Muchos colegas acusan a estas teorías de engañosas y falsas. Otros las califican simplemente de ideas espantosas. La ciencia es crítica de sí misma. Pero yo pienso que es muy positivo transponer los límites de los laboratorios. Aportar una visión allende los experimentos. Y conectar con las inquietudes del ser humano. Aunque se alejen del terreno habitual de la ciencia. Porque también podemos filosofar, idealizar, soñar incluso con el refrendo de las más íntimas convicciones. No solamente hacer ciencia, sino también responder preguntas. Hay quienes no encontrarán satisfacción en las respuestas que demos. Y la buscarán, con razón, en otros ámbitos. Pero al menos que tengan el convencimiento de que la ciencia aporta humanidad y lucidez, que nace de las personas y de sus necesidades por conocerse a sí mismas. Y que por ello somos inmortales.