La idea la expuso, hace algunos años, el
físico estadounidense Frank Tipler. Según sus ideas, la inteligencia humana se
esparcirá por todo el universo, mientras éste se expansiona hasta completar su
desarrollo, nacido del Big Bang. Para entonces, el homo sapiens habrá dejado de
existir. Pero tras cientos de miles de millones de años el universo estará uniformemente
poblado con una forma de vida extremadamente avanzada. Comenzará entonces a
contraerse, en ruta hacia un colapso final, Big Crunch, controlado audazmente por
estas formas tan avanzadas de vida inteligente. La vida convergerá a lo que el
teólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin denominó Punto Omega. Última
forma de poder y conocimiento, representará además el amor absoluto, capaz de resucitarnos
a todos los humanos que alguna vez han existido gracias a una perfecta emulación
de todas y cada una de las combinaciones posibles del ADN. Vivir de nuevo.
Todos y todas las cosas, incluso las que nunca se produjeron. Por mucha e
inimaginable variedad de vida que exista en el universo, se trata de un número
finito. Es por tanto abordable por esta entidad superior así constituida. El
universo, la inteligencia en él creada, converge a ese Punto Omega, en el que
no existe el tiempo ni el espacio por nosotros conocidos. Así dicho, podría
representar en sus aspectos básicos al Dios de los cristianos y de los judíos,
matices aparte. Pero igualmente es el Dios del Islam, quien continuamente
destruye y reconstruye el universo. Incluso representaría la visión de la
reencarnación en el Taoísmo y el Hinduismo.
Muchos colegas acusan a estas teorías de engañosas y falsas. Otros las
califican simplemente de ideas espantosas. La ciencia es crítica de sí misma.
Pero yo pienso que es muy positivo transponer los límites de los laboratorios.
Aportar una visión allende los experimentos. Y conectar con las inquietudes del
ser humano. Aunque se alejen del terreno habitual de la ciencia. Porque también
podemos filosofar, idealizar, soñar incluso con el refrendo de las más íntimas
convicciones. No solamente hacer ciencia, sino también responder preguntas. Hay
quienes no encontrarán satisfacción en las respuestas que demos. Y la buscarán,
con razón, en otros ámbitos. Pero al menos que tengan el convencimiento de que
la ciencia aporta humanidad y lucidez, que nace de las personas y de sus
necesidades por conocerse a sí mismas. Y que por ello somos inmortales.