viernes, 25 de mayo de 2007

¿Hay animales devoradores de hombres?

“Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza del cielo se abre como una boca de muerto”. Las palabras de Pablo Neruda, en los versos que transcribo, parecen querer transportarnos a una realidad superior. No es habitual en nuestra sociedad enfrentarse al miedo con ideas evocadoras. Mucho menos cuando tratamos de entender la causa de nuestros horrores. Acostumbramos a sacudirnos el temor y la ansiedad huyendo. Huimos y no volvemos la mirada. Y sin volver la mirada, es difícil pronunciar una sola expresión de lirismo y poesía.
El título que propongo esta semana habla de miedo a la muerte. En este caso, la muerte violenta, inconcebible, hallada en las fauces de un animal que, malherido o hambriento, devora a una persona. Animales así han existido, y poblada está la literatura zoológica de casos tan espeluznantes como concretos. Pero el auténtico miedo que atenaza nuestras vidas no se encuentra en hechos insólitos de la naturaleza. Los trabajadores que construían el puente del ferrocarril sobre el río Tsavo, en Kenya, sentían miedo de la despiadada inteligencia de dos leones asesinos. Pablo Neruda, en cambio, dice tener miedo de todo el mundo, del agua fría y de la muerte, y se encierra con su más pérfido enemigo, que no es otro que el propio Pablo Neruda. Pensemos, por un instante, qué nos despierta más pavor.
Es habitual que, entre los espectros de horror que pueblan la mente humana, con frecuencia nos encontremos a nosotros mismos. Vivimos demasiado acostumbrados a una realidad política, económica y social, voraz y fustigadora. Incluso culturalmente solemos conculcar con facilidad las armoniosas leyes naturales que orientan la interrelación del individuo con su entorno. Un animal hambriento puede aventurarse a probar la carne humana, generosa en proteínas, hierro, vitamina B12, fósforo y Zinc. Un soldado invasor puede aniquilar a una población entera de nativos, hechizado por leyendas que hablan de un mar repleto de perlas. En el primer caso, la naturaleza persigue su propia supervivencia. En el segundo caso… Homo homini lupus. Formulamos derechos y convenios y leyes que aseguren no sólo la supervivencia, sino también el desarrollo social. A cambio, abandonamos la libertad del estado natural o salvaje. Transitamos firmes por caminos que conducen al futuro, y en cada recodo pronunciamos palabras de libertad, democracia, respeto y transigencia. A menudo olvidamos, conscientemente incluso, los atroces desequilibrios internos– hablo de la guerra, la violencia, la destrucción en todas sus formas. Nos da miedo lo que fuimos, pero no es en nuestro origen donde habremos de encontrar al depredador que atemoriza nuestros sueños. “Y la muerte del mundo cae sobre mi vida”.