viernes, 6 de julio de 2007

100, 20, 10, 1, 0

100 años hace. Antonio Machado y Soria. El encuentro. Pinceladas de poesía, impresionismo en palabras. Impresiones de tardes pardas y frías de invierno. De monotonía de lluvia tras los cristales. Se encuentra, hoy, a Machado en Soria tan ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. Le soñamos, hoy,  como cien años antes soñara el poeta con Leonor. Por una blanca vereda. En medio del campo verde. Hacia el azul de las sierras. Hacia los montes azules. En una mañana serena. Antonio Machado es, centenario como el olmo centenario en la colina que lame el Duero. Con su corteza blanquecina. El tronco carcomido y polvoriento. Viejo y seco, hendido por el rayo.

20 años hace. Riaño era sepultado por las aguas de un embalse, que, como un mar artificial y embustero, algunos pocos habían querido construir. Donde antes yacía un pueblo, ahora se reflejan las cumbres y los picos. Dicen, que entonces las montañas parecían el doble de altas, reflejadas a trazos en las aguas del Esla. Entrar en el valle de Riaño era sumergirse en una tierra de praderas infinitas. Entrar ahora en Riaño es como perturbar un silencio mortecino. Sentir el desprecio hacia la tierra y las raíces. El mirar por un futuro caprichoso en el que, precisamente, los artífices de la sinrazón no habrían de participar.

10 años hace. Ortega Lara era liberado por los cuerpos de seguridad del estado de su terrible cautiverio. De repente supimos que el infierno existe, que la sinrazón puede apoderarse de la vida humana, que el terror son, en realidad, mil rostros y ninguno a la vez. Que se puede vivir como si se estuviese muerto, y que se puede morir como si jamás se hubiese vivido. En un agujero oscuro, maloliente, ínfimo, apenas pueden imaginarse las lágrimas de quien llora por tu desgracia.

1 año hace. Descubrí Gipuzkoa. Y Donostia. Redescubrí el País Vasco. Sus verdes colores, sus azules colores,  su lluvia y su frío, su calor delicado y sus gentes amables. Llegué ligero de equipaje, también, para adentrarme en una tierra que, desde fuera, no se conoce adecuadamente. De la que siempre se habla, casi siempre para mal. Salpicada de recortes de prensa y cierta nostalgia. Donde el arte y la gastronomía confluyen con el mar y el cielo. Donde tanto habría de descubrir...

0 años hace. Ahora amo esta tierra. E imagino los ojos de Machado junto al Duero, y comprendo lo que debió sentir el poeta. Como imagino las aguas de Riaño apoderándose de valles y tierras. Y pienso que jamás debió contemplarse horror alguno que mancillase la paz y belleza de aquellos parajes y, mucho menos, de este territorio gipuzkoano. Y escribo esta columna para decirme que debo proseguir ante las sinrazones y demencias que hay en éste nuestro mundo.