Son dos espejos, contrapuestos, que forman un
laberinto enlazado por una línea única, recta, indivisible e incesante. La
identidad del pueblo vasco, en uno de los espejos. El independentismo en el
otro. Y la línea, no sólo camino, también clausura.
Dado que es anterior la identidad a la independencia,
convendrán en que se nace dentro del espejo que representa el sentimiento
indentitario. No todos los pueblos viven en un laberinto tan prolijo. A todos les
une características de similar catalogación, pero no por ello postulan su independencia.
A menudo incluso deciden hacer añicos ese otro espejo, porque no les agrada el
reflejo que proviene de él. Les impide seguir mirando más allá. Un espejo
interpuesto, sea el que fuere, interrumpe la visión, y comienza a reflejar sólo
la propia imagen, cada vez con mayores distorsiones. Nadie dice que los espejos
sean perfectos.
El independentismo no es ni bueno ni malo. Es,
simplemente, algo que surge. Pero en Euskadi se ha convertido en uno de los dos
espejos borgesianos que conforman este laberinto inquietante. Los laberintos
son útiles, a veces incluso hermosos. Hay que ir con cuidado porque en ellos,
tal es su misión, te puedes perder. Quizá por esa razón algunos políticos son deambuladores
silentes que han antepuesto la independencia sobre la unión de su pueblo.
Cansados de recorrer el transitadísimo camino que une los dos extremos del
laberinto, se han sentado a esperar en uno de ellos. Y no es su función
sentarse a esperar, desatendiendo todo lo demás. Que lo hagan otros, parece
razonable. Pero no quienes lideran un pueblo unido por la identidad y desunido
por el laberinto. Desunido y atemorizado. Porque una sombra tupida y negra, de
muerte y destrucción, apareció hace tiempo y se apropió de la confusión del
laberinto. Porque la sombra tupida y negra no es parte de él.
El laberinto es
algo que se genera para dilucidar cómo ha de ser el futuro de un pueblo. Pero
esta sombra lo utiliza, atemoriza despiadadamente a quienes en él se ven
atrapados. Destroza a su antojo, a uno y otro lado, en uno y otro espejo. Esta
sombra tupida y negra, desde más arriba, desde no se sabe dónde, vocea fuerte y
alto en un idioma absurdo. Pero tanto grita que algunos han llegado a creer
entenderla. Un día la sombra desaparecerá. Y cuando desaparezca, el laberinto
seguirá existiendo y las gentes seguirán ideando cómo resolverlo. Salvo
aquellas gentes a quienes la sombra arrebató la vida.