viernes, 27 de julio de 2007

Limpiadores de cielos

Yo no lo sé. Me lo contaron hace mucho. Convive entre nosotros una Demiurga, una diosa hacedora. La imagino rubia, nívea, de ojos acostumbrados a observar, labios siempre húmedos, su voz enamoradora como nacida de la radio. Aunque no lo sé con certeza, creo que nos observa. Y de su observación nacen sentimientos de alegría y satisfacción, o de tristeza y decepción, según nuestro proceder. Cuando la Demiurga se siente feliz, ordena a los Limpiadores de Cielos que despejen las nubes, luzca el Sol y el azul imponga su esplendorosa presencia sobre todos los demás colores. Nadie limpia el cielo cuando Ella está decepcionada, y las nubes grises, densas, oscuras, reptan hasta amontonarse sobre nuestras cabezas. No importa que sea verano, primavera o invierno.

A usted le parecerá la anterior explicación un cuento de hadas ingenuo. Pero si le ocurre como a mí, que siente hartazgo con “eso” del cambio climático, deje que la imaginación reinvente y adopte una realidad más amable. En estos meses nos han cocido con documentales espeluznantes en el cine, noticias apabullantes en la televisión, alarmismo creciente en la prensa escrita, y miles, decenas de miles de iniciativas adoptadas por instituciones, entidades financieras, asociaciones medioambientales, empresas de aquello y de lo otro, famosos de turno, y famosos de siempre. A las corporaciones privadas se les llena la boca con la responsabilidad social. Muchos iluminados predican, de repente, sobre el clima. Quienes se deberían dedicar a gestionar (lo que sea) se arrogan el derecho a darnos (malas) lecciones de medioambiente. Y al final, el lento trabajo de la ciencia, de naturaleza humilde y dubitativa, acaba pareciendo arrogante en esos imparables informes internacionales donde se dice que ya es tarde para resolver el problema. Por fortuna, hay quienes siguen trabajando lento y sin vociferar.

Al final, como de costumbre pasa, los culpables somos usted y yo. Usted por no hacer uso del autobús, y yo por no reciclar. Porque, eso sí, todos los del anterior párrafo han descubierto su capacidad para enseñarnos a los demás sobre lo que ellos tampoco supieron en su día. Olvidan que el ser humano crece de pequeño a grande, de abajo a arriba, y todo ese flujo de responsabilidad ambiental navega desde arriba hacia abajo. Nos la imponen. Nos conciencian. Nos castigan. Nos educan.

Manda huevos, con perdón, que ni una sola empresa haya fraguado su éxito pasado con actividades ambientalmente sostenibles, y de repente todas se sientan salvadoras del planeta. Porque, ¿acaso lo ha olvidado?, que usted y yo somos los que estamos trastornándolo todo. Y cierre el grifo ya. Que en Gipuzkoa llueve mucho, pero el agua en Murcia escasea.