Me preocupa la sinceridad. Está cada día más ausente
de los programas políticos de Euskadi. Me preocupa tanto como el desinterés.
Tras el velo brumoso y frágil de un Gobierno Central que sufre en casi todas
las acciones políticas que ejecuta, no se observa en el horizonte vasco sino
anticuadas ideas de un pasado interpretado reiteradamente desde el interés.
Sabían los antiguos griegos que las líneas paralelas
intersectan en el infinito. Esta convergencia, que no es real, permite mirar a
un único punto. Pero no ocurre así bajo el mandato pro-independentista, para el
que los arcenes de todos los caminos divergen. Olvidando incluso que, a causa
de esta divergencia, todavía resuenan voces absolutistas y autoritarias en los
montes de esta tierra. El presente de Euskadi parece forzado hacia la
hipotética construcción de una nación que nunca lo fue. Para lograrlo, el
esfuerzo gobernador se empeña en la deconstrucción, como en la cocina de moda, de
todas las rutas del pasado. Se imponen como rutas del futuro algunas que hace
tiempo fueron abandonadas por impracticables y obsoletas.
Mal asunto que los vascos hayan de transitar por tales
caminos. El carácter vasco es de liderazgo, de empeño y tradición aunados. Y de
fuerza. Nada hay que represente tanto la fuerza de una sociedad como su
libertad y su unión. En lugar de unir a un pueblo que, por muchos motivos,
podría liderar al resto del Estado, las nuevas rutas del gobierno autonómico han
logrado ahondar en la desunión de sus ciudadanos. Es el efecto nocivo de querer
conjugar en una misma perífrasis el sentir identitario de un pueblo y la confrontación
con lo que les parece antiguo. Es el efecto nocivo de pretender que lo antiguo
siempre proviene de la N-I, claro está.
La idea de un nacionalismo que logre su propósito
mediante una lenta convergencia, coeva con el devenir del resto del Estado, obrando
sin ruido y con inteligencia, parece una quimera en las mentes de quienes nos
gobiernan. De ahí que me entusiasme, moderada pero inequívocamente, las
palabras que leo en la pluma del aún joven presidente del PNV. Lo llama transversalidad
porque, respetuosamente, parece querer evitar llamarlo sensatez.