En este remoto y olvidado pueblo coexisten, en la
misma plaza, un ayuntamiento y una iglesia. Nadie busque otros lugares de
pública concurrencia. No hay bares. Ni tiendas. Pero sí un lugar para que las
gentes puedan ser atendidas por el médico dos veces cada semana. Y otro lugar
para que recen los pocos que no dejaron la fe olvidada en alguna alforja.
Quienes se acerquen a visitar este hermoso paraje no
verán banderas ondeando en el balcón del ayuntamiento. Ni la española, ni la
castellano-leonesa, ni la salmantina en caso de haberla. Ninguna. En la fiesta
del pueblo no suenan himnos, solamente jotas de por aquí. Jamás se vociferan los
rasgos más nítidos de la identidad propia. Y la hay.
Deben ustedes saber que los del lugar, en su mayoría,
nacieron leoneses, y cuando la transición, los convirtieron en
castellano-leoneses. Nadie protestó demasiado. Como me contaron una vez, total,
qué más da lo que le digan a uno que es. Todos somos algo. Los políticos, esos
hacedores de una historia cada vez más breve, no pueden esclavizar los
sentimientos del pueblo. Solamente su ideología.
Muchos dejaron estos campos poco fecundos, de
subsistencia, y emigraron lejos. A Madrid. A Barcelona. Y, en gran número, a
Euskadi. Mis vecinos, Los Tórtolos, tienen hijos por toda la península. De
niño, yo jugaba al balón en el lejío del pueblo con un amigo que decía ser de
Hernani. Eso estaba muy lejos, claro. Y sonaba a nombre raro. A ese amigo le
perdí hace mucho el rastro. Pero su familia sigue reuniéndose los veranos, y
entre “Adeu” y “Agur” y “Hasta luego” van pasando la calor.
Me pregunto si alguien, de entre los ideadores de
patrias, ha calculado bien la identidad aportada a Gipuzkoa por las gentes de
mi tierra. Hay un destino en quienes, por uno u otro motivo, han de abandonar
su sitio y partir a otro. Llegado el momento de soñar los recuerdos de una
vida, no queda otra cosa que agradecimiento. Todos los que hemos arribado a
Euskadi no estamos sino felices de la decisión que adoptamos en su momento. Sin
Rh. Sin jota de euskera, salvo lo habitual. Sin identidad vasca. Sin bandera ni
himno. Pero haciendo patria. Codo con codo. La misma patria que también hacen
los que nacieron con la txapela puesta.