Oiga, ¿a usted no le ha ocurrido? Pasea por el aeropuerto
o en el andén de esa estación del AVE que no llega a Euskadi, y aburrido, ojea
el kiosco de prensa a ver qué revistas y diarios encuentra. Compra el Diario
Vasco, por supuesto. Y sigue mirando. No opta por los tabloides rosas, que ya
aburren con siempre el mismo cuento. Tampoco opta por las revistas de coches, o
informática, o viajes, siente por ellas un hartazgo profundo. Quizá piense que
la edición española (perdón: ¡estatal!) del National Geographic le va a
producir sopor, lo cual es un error, pero es libre y tiene todo el derecho a
cometerlo. Sigue mirando. Como no se defiende en inglés, caso omiso al Time o
al Newsweek. De pronto, descubre una voluptuosa mujer en la portada del Playboy,
revista que descarta aunque le tiente, porque seguro que su vecino de viaje se
la espía. Finalmente encuentra los colores graciosos, las viñetas simpáticas y
el impacto visual de “El Jueves”, y se deja seducir por la diversión.
Con sus más y sus menos, he seguido la pauta anterior
en alguna ocasión. Compro un número y le echo un vistazo. Me canso enseguida.
Pocas veces termino de leerla. Casi siempre acaba en la basura antes de tiempo.
He de ser franco: no me gusta demasiado su humor. Admito que algunas semanas
aciertan. Pero en muchas otras el ingenio se les esfuma. Se creen inteligentes con
la grosería y la zafiedad como herramientas.
Vociferan muchos que lo acaecido recientemente con esa revista nos retrotrae a
los tiempos de la dictadura, cuando los prebostes echaban mano de los picoletos
para acallar cualquier insurgencia. Ese pensamiento es una barbaridad. Yo sí
pienso que a menudo los responsables de “El Jueves” tienen la intención de
injuriar. Pero no que se les deba incoar expediente alguno en un juzgado. Eso
es otra barbaridad. Aquí hay libertad de expresión. Incluso para lanzar
injurias sin estilo.
No
entiendo qué le debió pasar por las meninges al juez que desbarró y acabó
embargando el controvertido número de “El Jueves”. Su prepotencia dista casi
una carrera jurídica de la sensatez. Quizá se levantó esa mañana cansado de
contemplar cómo en democracia los raseros son cada vez más exiguos. Un mal día
cualquiera lo tiene. Algo así le pasó a un político que, enardecido por las
circunstancias, se puso a chorrear tonterías antimonárquicas en su blog de la
red. Aquí nadie se salva, eso está claro. Errare humanum est.