viernes, 3 de agosto de 2007

Mudanzas

Estaba empaquetando mis cosas. De pronto, un mensaje del móvil. “Que leas la columna de Guille Viglione”. No pensaba salir de casa. Encendí el portátil e Internet. Y me encontré con una de esas preciosidades que su autor cultiva en las contraportadas del Diario Vasco. “La vida es ese tiempo que pasamos entre mudanza y mudanza…”

Me vine a Euskadi en una de tales mudanzas. Fue ver surgir los montes viejos, los angostos valles, y comprender que esta tierra es como un quejumbroso cántico que desde muy lejos viene sonando. Y cuando lo escuchas por primera vez, sueltas todo el lastre y avanzas. No se puede venir a Gipuzkoa con la maleta llena de cosas. Ésas hay que dejarlas atrás, de donde uno proviene. Aquí cada detalle tiene su historia y cada momento de esa historia tiene su sentido. Por eso, en aquella mudanza, hube de tirar los trastos viejos y los trastos nuevos. Y venirme sin nada.

Ahora que inicio una nueva mudanza, me doy cuenta de algo muy simple. No he acumulado gran cosa  en todo este tiempo. No tengo enseres nuevos ni utensilios que llevarme. En los paquetes y en las maletas solamente hay miradas, pensamientos y sensaciones que no se pueden lavar. No puedo limpiar el verde de los montes que ha impregnado hasta las sábanas. No puedo tampoco eliminar el azul del mar que se ha incrustado en la ropa. Sí he encontrado tiznes que con un simple cepillado se desprenden. Provienen de fuegos que alumbran sin calentar y crepitan sin concierto. Son las ruidosas voces de políticos hambrientos de historia. Una historia que no les pertenece. Porque la historia de Euskadi, como pasa con todas las historias de todos los pueblos, no le pertenece a nadie en exclusiva.

En esta última mudanza he puesto en los contenedores de basura algunas cosas. Muy pocas, y todas circunstanciales. Así les retiro cualquier asomo de relevancia. Son eso mismo, basura. Preferí dedicar mis fuerzas a lo que sí importa. Y limpié aquello que necesitaba llevarme. Limpiar es doloroso siempre. Se limpia para olvidar, pero también para no volver a olvidar jamás. En las mudanzas se almacenan los recuerdos. Y el recuerdo es la manera triste como, quienes nos han querido, van ocupando un lugar en el pasado. En el recuerdo, la vida carece de futuro. En el recuerdo, todas las penas son más incompletas.

Ya he enviado las cajas. Ya están cerradas las maletas. La casa quedó vacía. El eco de los pasos se extinguió. Ni siquiera ya recuerdo qué me trajo hasta aquí. De nuevo se abre el horizonte hacia donde circulan muchas carreteras. Elegiré una de ellas. Ahora no me apetece saber cuál. Vuelvo la vista atrás y digo agur a Gipuzkoa. Pero es ésta una mudanza muy extraña. En lugar de pronunciar adiós, he dicho, suavemente, kaixo.