Me vine a Euskadi en una de tales mudanzas. Fue ver
surgir los montes viejos, los angostos valles, y comprender que esta tierra es como
un quejumbroso cántico que desde muy lejos viene sonando. Y cuando lo escuchas
por primera vez, sueltas todo el lastre y avanzas. No se puede venir a Gipuzkoa
con la maleta llena de cosas. Ésas hay que dejarlas atrás, de donde uno
proviene. Aquí cada detalle tiene su historia y cada momento de esa historia
tiene su sentido. Por eso, en aquella mudanza, hube de tirar los trastos viejos
y los trastos nuevos. Y venirme sin nada.
Ahora que inicio una nueva mudanza, me doy cuenta de algo
muy simple. No he acumulado gran cosa en
todo este tiempo. No tengo enseres nuevos ni utensilios que llevarme. En los
paquetes y en las maletas solamente hay miradas, pensamientos y sensaciones que
no se pueden lavar. No puedo limpiar el verde de los montes que ha impregnado
hasta las sábanas. No puedo tampoco eliminar el azul del mar que se ha
incrustado en la ropa. Sí he encontrado tiznes que con un simple cepillado se
desprenden. Provienen de fuegos que alumbran sin calentar y crepitan sin
concierto. Son las ruidosas voces de políticos hambrientos de historia. Una
historia que no les pertenece. Porque la historia de Euskadi, como pasa con
todas las historias de todos los pueblos, no le pertenece a nadie en exclusiva.
En esta última mudanza he puesto en los contenedores
de basura algunas cosas. Muy pocas, y todas circunstanciales. Así les retiro
cualquier asomo de relevancia. Son eso mismo, basura. Preferí dedicar mis
fuerzas a lo que sí importa. Y limpié aquello que necesitaba llevarme. Limpiar
es doloroso siempre. Se limpia para olvidar, pero también para no volver a
olvidar jamás. En las mudanzas se almacenan los recuerdos. Y el recuerdo es la
manera triste como, quienes nos han querido, van ocupando un lugar en el
pasado. En el recuerdo, la vida carece de futuro. En el recuerdo, todas las
penas son más incompletas.
Ya he enviado las cajas. Ya están cerradas las maletas. La casa quedó
vacía. El eco de los pasos se extinguió. Ni siquiera ya recuerdo qué me trajo
hasta aquí. De nuevo se abre el horizonte hacia donde circulan muchas
carreteras. Elegiré una de ellas. Ahora no me apetece saber cuál. Vuelvo la
vista atrás y digo agur a Gipuzkoa. Pero es ésta una mudanza muy extraña. En lugar
de pronunciar adiós, he dicho, suavemente, kaixo.