Me pregunta una lectora, M. J. R., por qué considero como
amenaza al hedonismo que rige este mundo post-moderno en el que vivimos. Con
una considerable audacia, esta lectora apunta que las sociedades secularizadas,
como la nuestra, abrazan la búsqueda del placer como forma de realización suya
propia, no la de una divinidad trascendente. En verdad, da gusto tener lectores
tan inteligentes. Con sumo placer respondo que este tipo de amenazas, tan
intangibles como filosóficas, han traído como consecuencia el cambio climático
o la crisis del petróleo. Hablo de la televisión, el individualismo, el
relativismo...
El imperialismo de la imagen va demoliendo el reino de
la palabra y de la inteligencia. Es un acercamiento progresivo a la estupidez y
la necedad. Su adicción me parece un hito lamentable en la historia. Por muchas
virtudes que destaquemos sobre la televisión, ha sido y es la principal
creadora de mediocridad. Suple la lectura, produce imágenes y anula los
conceptos. De este modo atrofia la capacidad de entender y nos roba vida
interior. Ha construido una descomunal cultura de la evasión masificada. Los expertos
en marketing lo saben sobradamente. Al hombre masificado se le hace creer que por
su unión con la multitud es alguien importante. Sin carácter ni conciencia. Pero
con sentido de su propio individualismo.
Esa es otra amenaza. Antes en las ciudades todos se
conocían y había más interrelaciones personales. Ahora las ciudades
despersonalizan con el anonimato. Las personas son indiferentes entre sí. Nadie
está dispuesto para nadie sino para lo que le sirva a sus intereses. Como
consecuencia, el hombre se encierra en sí mismo, se retrae, reacciona con una
aptitud egoísta, endiosándose. Este individualismo lo ha explotado la economía
de mercado hasta la hipertrofia. Los modelos de vida que se abrazan son los de
quienes han triunfado económicamente, gente llena de cosas, pero a la
intemperie metafísica. Por eso consumimos los recursos de la naturaleza. Pero
no para mejorar a la humanidad como un todo, sino para nuestro propio e
individualizado provecho.
El individualismo nos impide volver a una moral que creemos
extinta. Que nos hablaba de verdades trascendentes. Hemos migrado al polo
opuesto sin encontrar el equilibrio. Ahora la verdad es relativa. Y genera incertidumbre.
Actualmente, el argumento más recurrido es el del consenso, esto es, que la
verdad dependa según lo que opine la mayoría. El relativismo trae consigo la
deferencia por la opinión pública, que siempre repite y admite algo sin sacar
consecuencias. Admira de todo un poco, teme a comprometerse y sigue la
corriente.
La tendencia al hedonismo es consecuencia del
desarraigo y el vacío que caracterizan al hombre moderno.