Hoy cumples cuatro añitos, y en cada uno de ellos, y en
cada uno de tus días, no he encontrado en ti sino el más tierno milagro. Hace
mucho tiempo, demasiado tiempo, dejé de creer en ellos. Ahora, sin embargo, no
hay día que transcurra sin que mi predicamento resuene con orgullo.
Tampoco imaginas el modo en que has cambiado mi vida. Eres
aún muy pequeñito y no sabes de esas cosas. O quizás sí, pero no te das cuenta,
porque lo que te apremia es jugar, aprender y gozar, y lo demás son asuntos que
pueden esperar. Contigo, por ejemplo, he vuelto a descubrir al tigre de mentira
que se aposta en la ventana, y al que solamente se puede hacer huir con una
vara imaginaria en la mano. Yo nunca antes había visto al tigre malo, y si
alguna vez lo hice, se me había ya olvidado. Como había olvidado lo que
significa llorar, honda y profundamente, desde el corazón y el alma. Como
lloro, con gusto y a raudales, cada vez que te dejo en el cole y las lágrimas
de pena asoman por tus ojitos. Parece que no, pero tiene su significado intenso
y preciso, al menos en lo que a mí concierne, que de repente hayas abierto mis ojos
así, de par en par.
Hay tanta magia en tu caminar, y es tan bonito lo que de
ella se desprende, que casi saberte creciendo es lo que más me duele en la
vida. Porque, si lo pienso egoístamente, quisiera que siempre fueses pequeño. Para
que continuases dándome mordisquitos en la nariz cuando me digas que me
quieres. O finjas con ternura un refunfuñante enfado que, acto seguido, y por
sorpresa, se convierte en abrazo y risas. Bien sé que has de crecer y recorrer
otras sendas. Yo estaré en ellas, no para guiarte, pero sí acaso pendiente,
echándote un ojo de tanto en cuando. No sé lo que la vida ha de depararte.
Ojalá lo supiera. Mi destino creo que se acaba en mi empeño por educarte para
que seas un gran hombre. Mucho mejor hombre de lo que yo he sido. Para que un
buen día descubras que tu padre siempre sintió un orgullo precioso por tenerte
como hijo. Acaso también para que tú, algún día, te enorgullezcas de todo
cuanto una vez pude darte.
Y perdóname por no saber hacerlo mejor. Y mis
ausencias y mis dejaciones. No me las tengas muy en cuenta. Tengo mi alma
encerrada dentro de tu cariño y, cuando no te veo con mis ojos, ni te oigo con
mis oídos, me siento perdido. Los mayores, al perdernos, siquiera por un rato, somos
difíciles de entender. Ya lo irás descubriendo. De momento no te preocupes. Hoy
es día de juegos y de cantarte que cumplas muchos más. Y para mí es día de decirlo,
gozoso, al mundo entero. Las veces que haga falta. Ya saben, quienes aquí me
vienen leyendo, que no sé vivir sin ti. Lo que no saben es cuánta vida tengo
solamente porque tú me la has entregado.