viernes, 27 de enero de 2012

Libros piratas

Vaya por delante, que de entre los escritores españoles contemporáneos, los más famosos (no sé si los más leídos) me gustan poco o nada. Les leo, pero en raras ocasiones me admiran sus obras. Casi siempre me decepcionan. Les tengo por sedicentes. Venden mucho, es lo que parece. Son mediáticos, sí. Están entronizados, también. Copan los primeros y fundamentales puestos de esos emporios, las editoriales, cuyas premisas en absoluto se orientan a la reivindicación cultural. Son piezas clave del engranaje empresarial, cuyo único sustento evidente es el de ganar dinero, mucho dinero.
Hace pocas semanas, una escritora alzó la voz contra las descargas ilegales de sus libros. Harta, manifestó que abandonaba la escritura. Era mentira: necesitaba publicidad para un nuevo libro suyo, calentito de imprenta. Pero acopió la atención mediática, logró que sobre ella se escribieran muchos artículos en los diarios. No importa que en los foros se recordara su afición desmedida al plagio, que se criticase sus obras o a ella misma por tan vergonzosa campaña de mercadotenica. El objetivo, en un caso u otro, se cumplió. Que yo sepa, la editorial que publica sus libros no abrió demasiado la boca…
Esta imagen, la de escritores indignados y emberrinchados contra quienes les leen sin pagar, se repite cada cierto tiempo. Lo curioso es que con ello no se defienden a sí mismos, defienden a sus dueños. Yo tengo varios libros escritos. Me gusta escribir. Mis libros no se venden, se pueden descargar gratis de la red (basta con buscarlos). Pero si viviese de ello (mis únicos ingresos son los del trabajo por el cual vivo como asalariado) estaría encantado de que me pirateasen mucho. No pensaría “cuánto dinero dejo de ganar”, sino “cuántos lectores tengo”. Y me aseguraría de que el destino de las pocas o muchas ventas legales que hiciese, fuesen a mi exclusivo beneficio.
El problema de dinero de los escritores no tiene su origen en la piratería, sino en el tipo de emolumentos que reciben de las editoriales. Cualquier escritor famoso podría fácilmente vender por sí mismo sus obras al público: ¿por qué no lo hacen, liberándose así de la enormidad de márgenes cuyo destino es el mastodonte editorial del que penden, esclavizados? ¿Acaso no son famosos, entronizados, súper ventas? Este mundo viejo de los libros está muriendo. Y lo notable es que el nuevo, el que se impone por muchas megauploads que se cierren, continuamente aclara cómo van a ser las cosas…

viernes, 20 de enero de 2012

Críticas prematuras… o no

Me escribe una lectora de ideología de izquierdas reprochándome tibieza en las opiniones que he mostrado aquí, en esta columna, desde que gobierna el señor del puro. “¡Pero si aún no ha pasado ni un mes!”, protesto, olvidando que no ejerzo en puridad el comentario político, sino la cavilación social de lo político y no político. “Ya es incluso tarde”, replica, “estos quieren rematarnos a los de siempre”. Entonces es cuando sospecho que algo de razón tiene mi interlocutora izquierdosa, pero este juicio es algo que no puedo demostrar porque, en efecto, hace sólo un mes que gobierna quien ocupa hoy la Moncloa.
Tenemos prisa por salir de la crisis. Queremos ver ya los resultados de las medidas, incluso de las que aún no se han aprobado, pero se aprobarán. Estamos ansiosos por ver menguar las listas del paro. Y no solamente eso: quienes han votado a los que mandan (y yo no he sido), necesitan ver ahora mismo que ha regresado la sinceridad y la claridad y la efectividad y la sensatez al gobierno de todos. Pero mucho me temo que las prisas, las ansiedades y las necesidades  van a tener que esperar no sé cuánto tiempo aún.
Los años de ZP han sido tan desastrosamente perniciosos (véalo o no mi lectora iracunda, que no lo verá) que parece de lógica imbatible tratar de encauzar nuevamente las cosas por la senda del buen gobierno, pues en ello nos va no el prestigio y el futuro, como todo el mundo sabe. Pero, al margen de la seriedad y capacidad del gobierno, que las tiene, no como en años pasados, no podemos pedir más alegrías. Las nuevas caras, en lo político, adolecen de similares pecados: la mentira, la confusión, la improvisación, el mito…
Aparte de considerar como defecto la ciega fe que todo gobernante de hoy en día pone en las monjiles y adustas exigencias de doña Merkel, tan rigurosas y severas que nos van a llevar derechitos a una recesión aún más honda, también lo son las bravatas con que estos mandamases vienen despachándose cuando se colocan ante un micro; ellos no mienten (no, nunca, claro, habrase visto), ellos son claros (pues menos mal: lo de llamar impuesto solidario a aumentar el IRPF es pura retórica burlesca), ellos tienen sentido común (las críticas de los otros son, por tanto, insensatas), ellos defienden al ciudadano (sobre todo al que exprimen), ellos buscan la recuperación económica (pero no dicen cómo)…
Querida lectora: ¿le basta así, para empezar? Créame, con estos tampoco pienso cortarme un pelo.

viernes, 13 de enero de 2012

Ellos nunca lo harán

Ellos nunca lo harán. Digo, a sí mismos. ¿Cómo van a reducir lo que les permite dedicarse a ello de por vida? ¿Con qué justificación iban a diezmar sus filas de acólitos cuando son ellos quienes deciden si hacerlo o no? ¿Acaso se ha visto alguna vez que la casta dominante decida reducir sus privilegios y prebendas? Todo esto lo barruntaba yo cuando, el otro día, recibí uno de esos emails infinitos donde, ingenua pero razonablemente, se me urgía a firmar una propuesta para eliminar el Senado, reducir los privilegios políticos y esas cosas que nos parecen de cajón y que ellos, la casta, jamás llevarán a cabo.
Rascando un poco más las neuronas, deduje que no estaba tan de acuerdo con el legajo que se me hizo llegar. Puedo aceptar (y acepto) lo de eliminar el Senado: manifiesta es su inutilidad. O que se bajen los sueldazos de los dinosaurios de Bruselas. Pero creo que los políticos han de estar bien pagados y contar con beneficios que aseguren que nada les impide responsabilizarse de nuestra representación. De lo contrario se poblaría de mindundis y olfateadores de la vida fácil (si es que no se ha poblado ya). Todo trabajo ha de estar bien remunerado (otra cosa es que se consiga).
El problema, a mi entender, está en la desaparición de los mecanismos que rigen y vigilan el buen gobierno de los estados. Los datos del déficit o las deudas de las comunidades autónomas son motivo suficiente como para expedientar a todos los interventores públicos, encarcelar a los responsables económicos y a sus presidentes, y decirles a todos que se vayan al paro de inmediato, y no a sus retiros dorados. ¿Qué hacían los unos mientras los otros encendían sus cigarros con billetes de millón de euros? ¿Por qué los fiscales no actúan? ¿Acaso hemos de confiarlo todo al sentido común de quien gobierne en cada momento?
La cosa está clara, al menos para mí: la casta se ha adueñado de todo, promulga y deroga leyes según le convenga, elimina mecanismos de control y se autoerige en líder universal, tanto en la claridad como en las tinieblas, construye burocracias casi imposibles de demoler (porque en ella –de ella- acaba trabajando –dependiendo- una gran parte del pueblo), y ni siquiera necesita demostrar lucidez e imaginación cuando las cosas hay que arreglarlas: con sangrar al ciudadano y asegurarse de que los suyos están todos colocados, basta. Esa receta funciona a la perfección desde la fundación de Babilonia. Por eso, ellos nunca lo harán.

viernes, 6 de enero de 2012

A/A SS.MM. los Reyes de Oriente

Sus Majestades: bien tarde les escribo. Lo sé. Seguramente se encuentren ya de regreso a sus tierras, donde podrán descansar del trajín de estos días y ocuparse de asuntos más ordinarios. Saben SS.MM. que les tengo en grande aprecio desde niño, y que mi afecto jamás se ha desvanecido pese al invariable suceder de los años. Curiosamente mi estima tiene su poquito de pena, porque SS.MM. nos regalan cada año el final de la Navidad. Ya saben Vds. que son unas fechas que a mí me gustan especialmente: los buenos deseos, la alegría de los cánticos, o las reuniones con la familia y los amigos, me parecen gloria pura. Cada vez entiendo menos a los malhumorados que se abrazan aliviados cuando Vds. se van, pero allá ellos: esa petulancia del desprecio hacia lo navideño sólo refleja vagarosidad, poco más.
Ahora que Vds. ya han atendido dulcísimamente a los niños (y a los menos niños también), permítanme escribirles en cuatro líneas sobre asuntos más agrios en los que deseo su inestimable ayuda. Si lo hago, es por la convicción que mantengo, contra viento y marea, de que esta armoniosa felicidad obsequiada hoy por SS.MM. puede volverse profusa confusión de ruidos antes de que acabe 2012. De ahí que me arrogue el derecho a pedirles parabienes en esta tardía carta de los deseos. Son los siguientes.
El oro: motivos de ilusión y confianza. Siquiera uno. Porque gana, la tenemos. Pero nos falta amasar algo concreto con ella. Sin concreciones, incluso las palabras más fervorosas se enfrían más pronto que tarde. Y frío ya tenemos. Hace mucho frío en el rigor de esta crisis.
El incienso: respetabilidad. Por ahí fuera tienen una imagen desastrosa de nosotros, los españoles. Es la imagen que han transmitido, inconscientemente, nuestros políticos cuando, conscientemente, se dedicaban a destruir nuestro futuro con sus infaustos sueños de grandeza. Pero somos un pueblo respetable, esforzado y valiente, por mucho que hayan intentado convertirnos en apacibles borreguillos.
La mirra: buen juicio, sensatez. No podemos permitir que regrese la locura de los dineros a nuestro bien común. Aquí sobran muchas cosas que nadie quiere quitar. Y faltan otras que nadie quiere poner. Pero entre lo uno y lo otro, estoy convencido de que podremos encontrar un juicioso punto medio en el que vivir todos holgadamente.
Tráigannos SS.MM. estos humildes presentes, y háganlo cuando mejor gusten a lo largo de este 2012. Todos habremos de agradecérselo mucho. Créanme.