viernes, 24 de febrero de 2012

El guardián y la porra

En la Comunidad Valenciana los estudiantes han salido a la calle a protestar por los recortes económicos que, entre otras cosas, han dejado a los centros escolares sin calefacción. Entre otras cosas, digo, porque motivos para las protestas hay y son numerosos, basta con preguntar a cualquiera de los profesionales que trabajan en pos de la educación en esa comunidad.
Protestar en la calle, o manifestarse, es un derecho reconocido en la Constitución. Los políticos, y en este caso me refiero a individuos de la escasa talla de la Delegada del Gobierno en Valencia, tienden a criminalizar las actuaciones de los ciudadanos cuando no les son del todo simpáticas. Cuentan, además, con la ventaja de controlar (o intentar controlar) las informaciones y emitir comunicados que, bien lo saben, llegan a todas las agencias de prensa y a los escritorios donde los periodistas hacen trabajar sus máquinas. A principios de esta semana se ha vuelto a evidenciar lo mucho que les gusta a algunos darnos a entender que vivimos en sociedades donde, de no aplicarse la porra con saña evidente, reinaría el caos y el desorden.
El señor que manda mucho en este país, desde Londres, ha pedido serenidad y responsabilidad a todos, pero no me consta hoy (miércoles) que él le haya pedido responsabilidad alguna a la tipeja que ha querido enfrentarse a los estudiantes como si estuviese batallando hordas de salvajes. Lo del Jefe Superior de Policía de Valencia, calificando a los manifestantes de enemigos, es de traca (de traca valenciana, será el influjo de las fallas, por olerlas en el aire). Ya sé que es complicado no ser un bocazas cuando te plantan un micro delante y te dan cancha para largar cuanto se le ocurra a uno, especialmente si el magín no da para prosa fina ni agudezas intelectuales, como parece que es el caso de este sedicente: tomar a los ciudadanos en manifestación pública por huestes hostiles es como para enviarle a galeras el resto de su vida. Pero aquí las torpezas tienden a diluirse, por ver si dejan de notarse con el tiempo. Esta en concreto demuestra que el 2012 de esta crisis interminable les tiene a todos de los nervios.
Bonitos tiempos para alzar la porra contra ciudadanos normales, nerviosos por esta situación económica frustrante, y agredirles brutalmente en presencia de sus hijos, también golpeados, o contra estudiantes menores de edad a quienes se detiene en comisaría por antisistema. Pedagogía política, que llaman. Será eso.

viernes, 17 de febrero de 2012

Para qué esta Europa

Espeluznantes han sido las noticias ofrecidas por la prensa sobre las revueltas en Grecia mientras su parlamento debatía aceptar o no la impostura de una salvación que nadie cree que se produzca. Almacenes saqueados, edificios destruidos, la Acrópolis humeante, semáforos destruidos, la policía en guerra, la gente por las calles gritando contra ya no se sabe muy bien qué… De fondo, apenas perceptible por el fragor de las contiendas, los corifeos bruselenses entonaban su cántico carroñero para que los murrios gobernantes helénicos no se dejasen apabullar por la ira estrepitosa del pueblo: como siempre, a quienes observan la tragedia desde el palco de platea les basta con sonreír. Nunca la risa fue más ignominiosa.  
Y yo me pregunto: para qué queremos esta Europa donde una sibila teutona ha impuesto su desesperante ahogamiento a todo un pueblo (y a dos, a tres y cuatro pueblos incluso) mientras calla hipócritamente cuando se trata de mentar a los culpables de esta asfixia que nos mata sin remedio, al igual que callan como miserables que son quienes juraron defender nuestro porvenir. De repente todos los embusteros derrochones de esta Europa en ruinas se han vuelto morigerados, y ninguno de ellos se atreve a levantar la voz contra la prédica ascética: escuecen el mal gobierno y la indisciplina como sarpullido de ortigas.  Y nosotros, populacho embrutecido por la promesa de raquíticas pensiones y sedicente bienestar, incapaces como somos de ciscarnos en sus muertos salvo que se trate del fútbol, ni ganas nos quedan para las indignaciones (que se fueron como las nieves). Vemos a los griegos y barruntamos cabizbajos: “eso no podrá pasarnos a nosotros”.
Sigo diciendo: para qué esta Europa que castiga con mano de hierro a las gentes y no a sus gobiernos. Nos tratan como a trapos mugrientos que se pueden azotar contra cualquier piedra. Y nos cuentan la milonga de que van a sacarnos del oscuro agujero en que nos han metido nuestras trampas pretéritas inoculándonos una medicina salvífica que, en realidad, nos está llevando a la ruina entera, a destrozar las pensiones de la vejez y los servicios públicos que únicamente son útiles para todos los paganos que acabaremos arreglando con nuestro sacrificio los continuos desmadres de la avariciosa malignidad de quienes nunca tendrán que usarlos.
Por eso pregunto, por última vez y con toda crudeza: ¿para qué esta Europa de hijos de puta, que sólo miran por su nada austero bolsillo?

viernes, 10 de febrero de 2012

El déficit de la luz

La Comisión Nacional de la Energía (CNE) ha abierto en su página web una consulta pública sobre el ajuste regulatorio del sector energético. Cualquiera puede participar. Por eso en la columna de hoy les resumo lo que acabo de remitirles por email.
Lo primero, eliminar todo el déficit acumulado. Y acabar con los beneficios excesivos de las centrales nucleares y la energía hidráulica, cuya electricidad (baratísima) se paga como si fuera ciclo combinado (carísima). Como todo el mundo sabe ya lo que es una quita, propongo aplicarla a esos casi 21.000 millones de euros de más que han cobrado las eléctricas todo este tiempo por un precio del pool absurdo. Y que devuelvan los derechos de emisión que reciben gratuitamente desde 2005 y que son asumidos por todos nosotros como un coste interno más de la generación eléctrica (astutas las eléctricas son un rato).
Lo segundo, reformar este sistema escandalosamente beneficioso para las eléctricas. Hay que disminuir los costes de todo el sistema (regulados y no regulados) y evitar, por tanto, incurrir en déficit en el futuro, comenzando por reducir la remuneración de las centrales nucleares e hidráulicas cuyas instalaciones están sobradamente amortizadas y sujetas a concesiones administrativas. También eliminaría las ayudas a la generación con carbón nacional (apoyar la electricidad más contaminante es incomprensible) y los pagos por capacidad a ciclos combinados: montar esas plantas derivó en una alocada carrera entre las compañías eléctricas. Si erraron en sus planificaciones y estimaciones al emprender su diseño, que se amuelen: resulta alucinante que lo paguemos los demás a través del recibo de la luz.
Y tercero, apoyar las energías renovables. Descaradamente. Con un marco normativo estable. Que no vengan con el cuento de la falta de dinero, para los bancos bien que hay. La dependencia energética que sufre España alcanzó en 2011 la cifra de 44.000 millones de euros, el 4.2% del PIB nacional. Las primas a las renovables son una migaja en relación a lo que nos ahorran a todos los ciudadanos, sin olvidar que en España hay muy poca industria tecnológicamente exportable, y una de ellas es, justamente, las renovables. Dan trabajo, aportan al PIB muchísimo más de lo que reciben, y eliminan déficits energéticos. Es normal que los monstruos eléctricos las teman. De momento la han ganado la primera partida al parlanchín ministro de industria. Confiemos en que no ganen la guerra (nuestro bolsillo lo notará).

viernes, 3 de febrero de 2012

Caduca educación

Detestable e inveterada costumbre es ésta de los gobiernos al querer modificar el modelo educativo cada vez que acceden al poder. Uno tras otro, con rigurosa exactitud, todos tratan de convertir lo perenne en pura caducidad. El problema es que no solamente lo intentan, sino que lo consiguen. Como bien revelan los sucesivos informes PISA, tenemos en España la educación que nos merecemos a tenor de los recursos destinados: cambiante, desarrollada a bandazos, insatisfactoria y con mucha mediocridad ideológica embutida dentro.
Por mediocridad ideológica me refiero a la renuncia al conocimiento que tan evidentemente impera en nuestras escuelas. Los pedagogos y educadores llevan veinte años insistiendo en la necesidad de aprender jugando, y a nadie se le ocurre ahora pensar que jugando se aprende más bien poco: en cuanto los conocimientos alcanzan un nivel de exigencia tal que empiezan a contemplarse como aburridos, se abandonan. Y por mediocridad ideológica me refiero también a la laxitud con que se ha permitido que la labor del profesor se haya visto despreciada paulatinamente por padres y alumnos, sin que nadie haya intentado siquiera ponerle remedio.
La responsabilidad hacia nuestros hijos merece que estemos atentos a lo que sucede en clase, no a justificar que nuestros hijos adolezcan de indolencia o agresividad y mucho menos verter en profesores y educadores la frustración que produce comprobar que no hemos llegado a ser nada de lo que pretendíamos. Cuántas veces sospecho que si los adultos no deseamos exigencia y calidad para la educación de nuestros hijos es porque nosotros mismos la rechazábamos o no lográbamos dar la talla en la escuela, y en el fondo deseamos que nuestros retoños sigan esta misma senda de mediocridad común y lasa.
Soy muy crítico con la educación: me horrorizan tanto las faltas de ortografía (cada vez se ven más) como la defensa a ultranza de la enseñanza poco exigente. Esta actitud crítica no la mantengo por gratuidad: creo que el actual sistema educativo produce ignorantes funcionales, seres que hacen pivotar su existencia en valores tan poco edificantes como el aburguesamiento, el hedonismo, la continua avenencia intelectual, la simplicidad como forma de vida, la tele (mucha) o el chat (mucho), los cero libros leídos (pero docenas en los estantes), la pasión por el dinero, la indulgencia con la incultura… En suma, la escandalosa levedad que ofrece una educación caduca que no enseña gran cosa.