Aún recuerdo mis clases de
latín. Tuve un muy buen profesor. Pero se complicaba la vida. Entonces, como ahora,
se enseñaba la hermosa lengua de
Catulo, de Virgilio, de Cicerón, o de Tácito, como un prolijo conjunto de
fórmulas gramaticales. Pasé meses aprendiendo declinaciones y conjugaciones.
Enfrentado a fragmentos de dos líneas, procedía casi a un ritual de subrayados
y estemmas hasta, disecciones arriba y retazos abajo, alumbrar una traducción
con más de monstruo frankesteiniano que de otra cosa. Pero decidí cambiar la clásica
pregunta “¿dónde está el verbo?” por “¿aquí qué dice?”, y comencé a aprender de verdad. Era una excelente
gimnasia mental. Pero no defenderé su enseñanza sólo porque constituya un
ejercicio intelectual notable.
Vivimos en plena evolución tecnológica y en una
sociedad de la información al servicio de los ciudadanos. Las enseñanzas
técnicas se imponen. Pocos eligen en su itinerario curricular realizar estudios
humanístico-lingüísticos. Y aun su endeble escasez, que debería inspirarnos
compasión, son continuamente denostados y maltratados (ya lo advertí la semana
pasada: acabaremos volviéndonos dogmáticos). Similar compungimiento aflige a
quienes velan por las ciencias experimentales. Tampoco son realmente útiles,
diría alguno. La conclusión parece clara: no vivimos en la sociedad del saber y
el conocimiento, sino en la sociedad que posee donde buscar ese saber y ese
conocimiento. Todo está en los libros o en internet. Pero los libros que
instruyen no tienen quien los lea. Como si fuese su sola presencia, aun ilecta,
quien nos infundiese sabiduría. El saber sí ocupa lugar. Y está muy abajo...
Al final, pienso que todo es consecuencia de este
postmodernismo hedonista. Muestran las estadísticas que nuestros jóvenes lo que
desean ser el día de mañana son administradores de empresas, abogados, constructores…
Tener poder, diría yo. Y manifestarlo. La avidez de conocimiento no se alberga
en las emociones de las generaciones que casi están ya aquí. Nosotros
coadyuvamos con nuestra laxitud. A nadie sorprende que parezcan sobrar el
latín, el griego, la trigonometría o la edafología de nuestras vidas.
Aequat omnes cinis. Animum debes mutare non
coelum. Fallaces sunt rerum species et facilius per partes
in cognitionem totius adducimur. Ignoranti, quem portum petat, nullus suus
ventus est. Otium sine litteris mors est et hominis vivi sepultura. Omnibus
enim mobilibus mobilior est sapientia.