Espeluznantes han sido las noticias ofrecidas por la
prensa sobre las revueltas en Grecia mientras su parlamento debatía aceptar o
no la impostura de una salvación que nadie cree que se produzca. Almacenes
saqueados, edificios destruidos, la Acrópolis humeante, semáforos destruidos,
la policía en guerra, la gente por las calles gritando contra ya no se sabe muy
bien qué… De fondo, apenas perceptible por el fragor de las contiendas, los
corifeos bruselenses entonaban su cántico carroñero para que los murrios
gobernantes helénicos no se dejasen apabullar por la ira estrepitosa del
pueblo: como siempre, a quienes observan la tragedia desde el palco de platea
les basta con sonreír. Nunca la risa fue más ignominiosa.
Y yo me pregunto: para qué queremos esta Europa donde una
sibila teutona ha impuesto su desesperante ahogamiento a todo un pueblo (y a
dos, a tres y cuatro pueblos incluso) mientras calla hipócritamente cuando se
trata de mentar a los culpables de esta asfixia que nos mata sin remedio, al
igual que callan como miserables que son quienes juraron defender nuestro
porvenir. De repente todos los embusteros derrochones de esta Europa en ruinas se
han vuelto morigerados, y ninguno de ellos se atreve a levantar la voz contra
la prédica ascética: escuecen el mal gobierno y la indisciplina como sarpullido
de ortigas. Y nosotros, populacho
embrutecido por la promesa de raquíticas pensiones y sedicente bienestar,
incapaces como somos de ciscarnos en sus muertos salvo que se trate del fútbol,
ni ganas nos quedan para las indignaciones (que se fueron como las nieves). Vemos
a los griegos y barruntamos cabizbajos: “eso no podrá pasarnos a nosotros”.
Sigo diciendo: para qué esta Europa que castiga con mano
de hierro a las gentes y no a sus gobiernos. Nos tratan como a trapos
mugrientos que se pueden azotar contra cualquier piedra. Y nos cuentan la
milonga de que van a sacarnos del oscuro agujero en que nos han metido nuestras
trampas pretéritas inoculándonos una medicina salvífica que, en realidad, nos
está llevando a la ruina entera, a destrozar las pensiones de la vejez y los
servicios públicos que únicamente son útiles para todos los paganos que
acabaremos arreglando con nuestro sacrificio los continuos desmadres de la
avariciosa malignidad de quienes nunca tendrán que usarlos.
Por eso pregunto, por última vez y con toda crudeza: ¿para
qué esta Europa de hijos de puta, que sólo miran por su nada austero bolsillo?