Uno se convierte en Ministro de Hacienda con sólo echar
un vistazo a los presupuestos del Gobierno, esos números que han presentado
tarde para demostrar que primero piensan en su partido político, luego en su
partido político, y finalmente en su partido político, aunque digan luego que
lo hacen con el ojo puesto en el déficit y en el futuro de “la gente” (así nos
llama este Presidente del Gobierno olvidando que se refiere al pueblo español, ya
sea uno irundarra, pacense o belchitano).
Primera impresión: no han eliminado nada de “grasa
estatal”. Lo público sigue siendo enorme y el tijeretazo se ha aplicado tan
homogéneamente que la única conclusión posible es pensar que estamos como
antes, pero con menos dinero. Segunda impresión: este Gobierno de derechas se
ha negado a reducir los gastos absurdos de la Administración central para
controlar el déficit, dejando todo el cometido a las subidas de impuestos de empresas
y particulares, es decir, al aumento de ingresos, que es política de izquierda socialdemócrata.
Y por reducir gastos absurdos me refiero a eliminar las subvenciones, las
consultorías y los organismos públicos notoriamente innecesarios. El Gobierno
sigue pensando como partido político, transmitiendo con sus presupuestos la
idea de que la ciudadanía (“la gente”) le necesita imperiosamente para asegurar
su prosperidad y bienestar. Sólo por este apunte puedo afirmar que no me gusta
nada lo que está haciendo el Gobierno (aunque algunas cosas las esté haciendo
bien).
El Ministro de Hacienda dice haber elaborado “unos
presupuestos austeros y realistas que garantizan la credibilidad de la economía
española” (sic). Juez y parte, como siempre. De momento los mercados no parecen
creer en ellos, como yo tampoco creo. No hay visos por ningún lado de querer apostar
con firmeza y desde el principio por la reindustrialización, la innovación, el
desenladrillamiento, el crédito y el desmantelamiento de un Estado improductivo,
que es lo que en definitiva configura el futuro que queremos los españoles, y
los inversores, y los mercados. Sólo se apuesta por estrujar y hacer sufrir a la
ciudadanía (“la gente”) para que ellos mantengan sus gorduras aunque se
conduzca a este país derechito a la quiebra (algunas noches deseo que de una
vez llegue ese momento ya de por sí inevitable, por ver estallar la
imprescindible y definitiva revolución social que ahora mismo late en cada uno
de los corazones de quienes formamos “la gente”).