Uno se convierte en Presidente del Gobierno con sólo
echar un vistazo a su comportamiento ante los demás. Entonces se advierte la
molestia infinita de enfrentarse a un bosque enmarañado de periodistas que
preguntan con incomodidad sobre lo que está ocurriendo. O el pesar desolador
que le aborda a uno cuando descubre los juegos desleales de quienes ocupan
asientos contiguos en Bruselas, a quienes se ha confiado intimidades que a
otros se ha velado, y en quienes se ha depositado una confianza ciega
proveniente de eso que dicen tener, sentido de estado. O la angustia
desasosegante de verse uno mismo en el reflejo de a quien hasta hace pocas
semanas se culpaba de todos los males que nos afectan, y preguntarse perplejo
cómo puede suceder tal cosa y no hallar respuesta alguna. O el desconcierto inquietante
de las voces numerosas que desde la calle están pidiendo, casi exigiendo, que
no se le haga pagar a “la gente” los desmanes de otros, cuando uno sabe
perfectamente que a “la gente” se la quiere para encumbrarse uno hasta la
Moncloa, no para afectos, que esos se profesan a quienes realmente son algo.
Primera impresión: un Presidente que huye es un hombre
que ha perdido su oportunidad histórica en un solo paso, con independencia de
lo que haga o deje de hacer después. Un Gobierno desunido en lo que comunica es
una demostración de que, a lo mejor (y digo a lo mejor por ser benevolente), no
tienen una idea clara de cómo han de hacer las cosas, y a lo peor resulta que
lo que están haciendo es cumplir con lo que otros han encomendado hacer. Yo
apuesto por esto último.
Segunda impresión: pese a las reformas, sucede ahora lo
mismo que sucedía antes. La iniciativa política se ve interrumpida, paralizada,
cuando no deslavazada, por las ganas que tienen los inversores internacionales
de conseguir que España quiebre y obtener cuantiosas plusvalías con ello.
Europa no ayuda. Tampoco ayuda que en dos años nos hayamos fundido los ingresos
de tres años. Y mucho menos que tengamos un país diseñado con regiones que
necesitan, todas ellas, disponer de parlamentos, consejerías y aparataje
ridículamente excesivo (¿necesita una provincia como Cantabria tal despliegue?
¿Lo necesitan tres provincias como Euskadi? ¿No había otro modo de
descentralizar?).
Vivimos en un país donde ni siquiera esta crisis
supone buscar consensos y perspectiva como sea. Algo de responsabilidad tendrá
un Presidente que parece trabajar sólo para ganar elecciones