Uno se convierte en Rey de España con sólo escuchar sus sorprendentes e
indignas disculpas. Si la figura del Rey es inviolable y no sometida a
responsabilidad, ¿por qué pide perdón? ¿Quiere parecerse a la ciudadanía a la
que representa? ¿Se lo han pedido así? ¿Acaso le ha atribulado el clamor casi unánime
del “¡¡cazar elefantes con la que está cayendo es un error gravísimo de
manifiesta insensibilidad!!”? Error fue, pero de agenda. Nada más.
Primera impresión: mire usted, lector indignado (yo, que soy republicano
y no me gusta que se cacen bichos, no lo estoy), el Rey lo que tiene que hacer
es ir justamente de safari y vivir la estupenda vida que viven los ricos y
poderosos. Está para eso. Para apostar fuerte en las partidas de póquer con los
jeques árabes. Para echarse una amante guapa, joven y rica, o dos, o tres, que
eso es algo que a nadie le importa salvo a él mismo. Para cazar osos y
elefantes y leopardos. Para codearse con la gente que mueve influencias, dinero
y perspectivas. ¿Nunca ha cerrado usted un negocio con un cliente llevándoselo
a tomar gintonics, es decir, ganándose su confianza y estrechando lazos? Yo sí.
Y como yo, muchos. Pues al Rey le toca trabajar así sus contactos (son
exquisitos), y ganarse su confianza, y granjearse su
amistad, porque entre tiro y tiro, entre gintonic y gintonic, a lo mejor a
alguien se le escapa otra firma más en el contrato de un AVE español o nos echa
una mano con alguno de los muchos frentes diplomáticos que tenemos rotos. Este
Rey sabe moverse entre los ricos y poderosos y mandamases del mundo, algo que,
por mucha repugnancia que nos dé, se me antoja tremendamente valioso. Y por eso
el Rey ha de parecer y ser y comportarse como rico y poderoso y mandamás. No
como un paria cualquiera o un asalariado. Para acabar siendo un Rey paria yo no
quiero esta monarquía impuesta.
Segunda impresión: nos estamos volviendo bolcheviques, decadentes.
Escupimos en blogs y artículos cosas
como “el Rey se gasta en un safari lo que yo gano en dos años de sueldo” y nos
quedamos tan satisfechos de la tontería igualitaria y el sublime sentido de la
justicia pergeñados. La demagogia comienza a hacer ensoñar las mentes
sufrientes por la crisis y nos hace parecer tan absurdos como esos políticos
vocingleros y populistas en quienes desconfiamos y a los que, veladamente, acabamos
pareciéndonos, especialmente ante la espantosa visión de un elefante abatido
por quien nos representa, lo queramos o no.