viernes, 29 de junio de 2012

Tres funcionarios


No me odie tras leer esta columna si usted es funcionario. No me estigmatice. No me crea injusto. Tampoco me conceda el beneficio de duda alguna. Téngame algún respeto, que no pienso faltarle a usted en nada: soy hijo de funcionarios, hermano de funcionario, algo sé de lo que quiero decir cuando decido escribir lo que va a leer.
Hace una semana, en una cafetería, fui testigo de una conversación entre tres mujeres funcionarias, cada una de lo suyo: una secretaria judicial, alguien de sanidad, una administrativa de la policía local. Que fuesen féminas no determina en absoluto el carácter de esta historia: es simplemente el matiz veraz de la crónica. Trasunte usted la imagen femenil hacia la que más confianza le produzca  y siga adelante con el argumento. A lo que iba: una de ellas, la secretaria judicial, se vanagloriaba de que, tras haber alcanzado una posición solvente en su carrera, podía permitirse el lujo de trabajar cinco horas diarias y no las reglamentarias, y lo condimentaba con asertos como: “hice muchas guardias y nadie me las pagó”, ¨para estar mano sobre mano, me voy a casa”, “si yo hago esto, qué no harán los que están por encima”.
Chulesca, irresponsable, indecente, petulante, engreída… No sé cuántos adjetivos similares le propiné en el silencio de mi mente: por cómo se enorgullecía de su privilegio, por cómo desestimaba cualquier acusación de estafadora al erario público, por el modo torticero de defender lo que nadie en su sano juicio puede disculpar. Lo peor, con todo, no fue su sorprendente y locuaz aseveración, que cualquiera en aquella solitaria cafetería pudo escuchar con meridiana y perpleja claridad, sino que sus compañeras, trabajadoras pulcras y concienzudas de las horas que debían entregar a cambio de un jornal, la defendieran sin arrojarle mácula alguna de desacuerdo.
Pagué mi café y me largué con un humor de perros. Lo primero que pensé fue que bien merecido tenían los empleados públicos al ser sacrificados con nuevos y suculentos recortes en sus salarios, y allá ellos si seguían perdiendo poder adquisitivo (entiéndanlo, estaba indignado). Lo segundo que pensé fue que la solución pasaba por fortalecer el cuerpo de interventores o inspectores o lo que sea que exista para corregir estos desajustes. Lo tercero y último que hice fue resignarme ante la evidencia y pensar que, por mucho que queramos, debido a este tipo de comportamientos, a todos los niveles, España se está yendo al carajo.

viernes, 22 de junio de 2012

De sur a norte


Esta semana recorro las principales ciudades de la Andalucía cálida, sonriente, jovial, locuaz y eterna. ¡Qué diferencia y contrastes con este norte verde, lluvioso, ceñudo, taciturno y antiguo. Me gustan los contrastes y celebro que existan diversidades y caminos distintos para recorrer. Hace una semana, por ejemplo, recibía una grata noticia, delicadamente sutil, indefectiblemente vasca y prudente: una mujer, a la que aprecio más de lo que ella quizá imagine, aparecía a punto de liderar en un mundo que, hasta ahora, ha sido de hombres. Esta semana, desde Linares, conocía una noticia igualmente grata, pero masivamente grandilocuente, con carácter típicamente sureño, por parte de alguien a quien aprecio también, aunque de distinta manera, acaso porque haya rasgos que, aunque me esmere, no logro compartir del todo...
No obstante, tras el trasfondo jovial de ambas noticias, del norte y del sur, surgía una misma distorsión: la que produce esta dichosa crisis que nadie parece detener, la que erradica con violencia tanto las perspectivas como las ilusiones… Los caracteres distintos, los acentos, los rasgos, las experiencias tan aparentemente divergentes del norte y del sur, de repente surgían igualmente enlazados y unidos en lo primordial, en aquello que ni las historicidades ni las reivindicaciones pueden desunir: léase, la necesidad de sobrevivir a esta masacre, de volver a crear un contexto en el que se pueda volver a hablar de futuro, de distancia, de lejanía...
En el norte, como en el sur, las gentes ahora hablan de lo muy próximo, de los pasos en corto, de lo más inmediato: se saben igualmente en peligro, idénticamente vinculados a un destino que, si no se remedia antes, ha de transportar todos los terruños de esta orografía hispana a una oscuridad lóbrega y visceral. ¿Nacionalismos, regionalismos acaso? Por supuesto que el discurso no ha variado, lo que ha cambiado, y radicalmente, es lo que rodea a ese discurso, la inmensidad trascendente al sentimiento patrio, que no sabe ni de Rh ni de qué materia gris se han nutrido los que con balazos quisieron defender lo imposible.
De repente lo vi tan claro… En Euskadi habían nacido los olivos y las almazabas se apiñaban en montes blandos y suaves. Y en Andalucía se apretaban súbitamente las industrias, todas ellas estrujadas alrededor de unos pocos ríos de poco caudal y mucha escarpadura. Eran el sur y el norte, confundidos. La historia, olvidada. El destino, el mismo.

viernes, 15 de junio de 2012

No es país para un viejo

Acabo de aterrizar de París. He estado varios días en la bella capital francesa por asuntos laborales, rodeado de medio millar de delegados provenientes de todo el mundo. El lunes se abrió el evento con referencias explícitas a esos 100.000 millones del ala. Fue la primera muestra. Las siguientes no tardaron mucho: todo el mundo quería saber qué tal nos iban las cosas por España. “Rescatados”, respondía yo. No quise decir que aquello no era un rescate, sino un crédito a cliente prioritario, y ¡qué digo un crédito!, un premio, sí, un premio a la más benéfica labor gubernamental jamás antes perpetrada…
¿Se han dado cuenta? A mayor gravedad de la situación, mayor es la inmadurez de nuestros gobernantes. En Moncloa ya no les importa mentir con desvergüenza. Siguen pensando que han de decirnos no lo que sucede, sino lo que piensan que debemos los demás pensar que sucede. Por eso son el hazmerreír de toda Europa y nos dan lástima justo cuando deberían despertarnos admiración. No es casualidad que se hayan quedado muy por detrás de lo que cualquier ciudadano medianamente bien informado espera.
Somos la versión nueva del drama griego: mentirosos, descuidados, manirrotos, impresentables. Todos esperaban mucho del señor del puro que se aloja en La Moncloa. Yo ya no espero nada. Este país no debería liderarlo en estos momentos un viejo, un hombre desgastado no por su edad (aún fecunda), sino por los acontecimientos, la gravedad, la inmensa perspectiva negra que lo abate. Un hombre viejo que se creyó su propia mentira, la de que con sólo su presencia se cerrarían todas las sangrías. Un hombre viejo, sin liderazgo ni carisma, que desprecia a las minorías y trata sin respeto alguno a su pueblo. Un hombre viejo que acaso nunca debió estar ahí, pero a quien las circunstancias y las dictaduras internas empujaron a empellones hasta donde está. Un hombre viejo que apenas parece saber de nada, que no explica ni informa por la sola razón de que no tiene absolutamente nada que decir y piensa que su silencio es locuaz, cuando lo que es, es denigrante.
Nos rescatan. Menos mal que nos rescatan. Lo que no son capaces de urdir los políticos, han de hilvanarlo los tecnócratas. Nos rescatan, sí, con todo lo que ello conlleva, y nos van a dejar a todos para el arrastre. Sólo espero que le suceda lo mismo a ese hombre viejo, mentiroso y altanero, que dijo saber superar el desastre cuando, en realidad, no tenía ni la menor idea de cómo conseguirlo.

viernes, 8 de junio de 2012

Una semana normal

El lunes me desayuné con el pronunciamiento de Olli Rehn desde la Comisión Europea a favor de darle dinero a la banca sin comprometer la dignidad del Estado español, con cuya caída nos iremos todos, literalmente, al carajo: vascos, catalanes y palentinos. Leí también que, según aquellos idiotas del 300% de plusvalía en caso de bancarrota de España, contingencia por la que apostaban fuerte (¿recuerdan?), Alemania a través de sus bancos está inmensamente expuesta a los desastres, y por tanto también es seguro apostar en contra de los germanos. Pero bueno, al menos el paso lento y apocado de los políticos comienza a andar un camino, guste más o menos: lo importante es ir resolviendo las cosas con alguna de las recetas.
El martes estuve en Bilbao como ponente de una jornada sobre rehabilitación de edificios. No era baladí: en 2011 el sector al que represento, el del acero galvanizado, tuvo en estas tareas una de sus tablas de salvación en medio de esta crisis. Me encontré con que casi todo el mundo hablaba de eficiencia energética, y yo les conté que si España emplease extensivamente el acero galvanizado para proteger la oxidación del hierro, se ahorraría al año una cifra similar a la que quieren inyectarle a Bankia. También les dije que bajo el deslumbrante titanio del Guggenheim, las tripas son de acero galvanizado. Y critiqué, con cariño, que de Zarautz a Getaria hayan colocado una barandilla de acero inoxidable (los humanos somos como cuervos, nos gusta lo que reluce) y a su lado una barrera de protección de hormigón para que los coches despistados sientan en sus carnes los destrozos mortíferos que produce rebotar contra semejante anti-protección, supongo. Siento el proselitismo, es lo que hay.
El miércoles estuve en el hotel Ritz de Madrid, donde a Esther Koplowitz la homenajeaba la Asociación de la Carretera, una institución que contempla estupefacta cómo incluso en tiempos de crisis el gobierno se empeña en invertir billones en AVEs (que arrastran un misérrimo 2 por diez mil de los pasajeros que se mueven en España), mientras dejan que los 170 mil millones de euros que valen nuestras carreteras vayan descomponiéndose lentamente por falta de mantenimiento (en veinte años nos toparemos con el paisaje de “Soy leyenda”).
Y hoy jueves les escribo mientras la fiebre y una leve gastroenteritis me tiene postrado en cama. Yo pensaba que con la crisis los virus habían emigrado a los países ricos. Pues no. A perro flaco…

viernes, 1 de junio de 2012

Manifiesto


Reconozco solamente una única responsabilidad básica de la cual penden todas las demás: la de vivir una existencia lo más satisfactoria y digna posible. Lo admito, se trata de una responsabilidad filosófica, pero da sentido a lo único que, en el fondo, me concierne (desde que murió Dios en mi fuero interno a nadie doy explicaciones sobre ello). Desde ese punto de vista, es mi obligación entender a cada uno de mis semejantes y hacer todo lo posible por conciliar actos e inquietudes. Pero son mis responsabilidades secundarias, como ciudadano, las que me obligan a, una vez superada la empatía, tratar de preservar (responsabilidad de padre) la adecuada pervivencia social de cuanto nos rodea (responsabilidad como ciudadano).
En estos tiempos convulsos en los que asistimos, rápida e invariablemente, al hundimiento sistémico (lo es) de toda España (da lo mismo que sea usted vasco o extremeño, que viva en Getaria o en Navalmoral: nos hundiremos todos conjuntamente y sin remedio), compruebo que aquello que más temor induce a quienes desde su altitud política o económica han regido nuestros devenires, es la responsabilidad, sea moral o de cualquier tipo. Por eso la han enturbiado tanto. Si a ladrones y asesinos se les impone reparación por las consecuencias de sus actos, a. quienes nos han llevado hacia la más absoluta bancarrota no se les exige nada: tan largas y enrevesadas son las volutas del poder que parece imposible establecer cualquier culpa en los muchos engaños que han cimentado desde el mismo.
Quiero comenzar a poner nombres en una lista, y que otros la abunden para así lograr, entre todos, que los poderosos sean llamados a explicarse y, si procede, reparar cuantos atropellos voluntaria o involuntariamente nos hayan infligido. Acaso sean insuficientes los recursos policiales y judiciales para llevar a cabo tan saludable acto que hemos de proponernos todos con bastante empeño. Por eso pregunto: fiscales, jueces, policías. ¿Os atrevéis a cumplir con esta obligación y con independencia para que los ciudadanos logremos esclarecer lo ocurrido, mientras permanecéis al margen de los turbios asuntos de la política? ¿Nos ayudaréis en el empeño de igual modo que nosotros aceptaremos el resultado que de ello se derive? Porque es imprescindible redactar la lista de las responsabilidades de estos aciagos últimos años y enviarla donde sea menester, antes de que todo se derrumbe y no quede lugar alguno donde gritar “¡Culpables!”