viernes, 15 de junio de 2012

No es país para un viejo

Acabo de aterrizar de París. He estado varios días en la bella capital francesa por asuntos laborales, rodeado de medio millar de delegados provenientes de todo el mundo. El lunes se abrió el evento con referencias explícitas a esos 100.000 millones del ala. Fue la primera muestra. Las siguientes no tardaron mucho: todo el mundo quería saber qué tal nos iban las cosas por España. “Rescatados”, respondía yo. No quise decir que aquello no era un rescate, sino un crédito a cliente prioritario, y ¡qué digo un crédito!, un premio, sí, un premio a la más benéfica labor gubernamental jamás antes perpetrada…
¿Se han dado cuenta? A mayor gravedad de la situación, mayor es la inmadurez de nuestros gobernantes. En Moncloa ya no les importa mentir con desvergüenza. Siguen pensando que han de decirnos no lo que sucede, sino lo que piensan que debemos los demás pensar que sucede. Por eso son el hazmerreír de toda Europa y nos dan lástima justo cuando deberían despertarnos admiración. No es casualidad que se hayan quedado muy por detrás de lo que cualquier ciudadano medianamente bien informado espera.
Somos la versión nueva del drama griego: mentirosos, descuidados, manirrotos, impresentables. Todos esperaban mucho del señor del puro que se aloja en La Moncloa. Yo ya no espero nada. Este país no debería liderarlo en estos momentos un viejo, un hombre desgastado no por su edad (aún fecunda), sino por los acontecimientos, la gravedad, la inmensa perspectiva negra que lo abate. Un hombre viejo que se creyó su propia mentira, la de que con sólo su presencia se cerrarían todas las sangrías. Un hombre viejo, sin liderazgo ni carisma, que desprecia a las minorías y trata sin respeto alguno a su pueblo. Un hombre viejo que acaso nunca debió estar ahí, pero a quien las circunstancias y las dictaduras internas empujaron a empellones hasta donde está. Un hombre viejo que apenas parece saber de nada, que no explica ni informa por la sola razón de que no tiene absolutamente nada que decir y piensa que su silencio es locuaz, cuando lo que es, es denigrante.
Nos rescatan. Menos mal que nos rescatan. Lo que no son capaces de urdir los políticos, han de hilvanarlo los tecnócratas. Nos rescatan, sí, con todo lo que ello conlleva, y nos van a dejar a todos para el arrastre. Sólo espero que le suceda lo mismo a ese hombre viejo, mentiroso y altanero, que dijo saber superar el desastre cuando, en realidad, no tenía ni la menor idea de cómo conseguirlo.