Acabo de aterrizar de París. He estado varios días en la bella capital
francesa por asuntos laborales, rodeado de medio millar de delegados
provenientes de todo el mundo. El lunes se abrió el evento con referencias
explícitas a esos 100.000 millones del ala. Fue la primera muestra. Las
siguientes no tardaron mucho: todo el mundo quería saber qué tal nos iban las
cosas por España. “Rescatados”, respondía yo. No quise decir que aquello no era
un rescate, sino un crédito a cliente prioritario, y ¡qué digo un crédito!, un
premio, sí, un premio a la más benéfica labor gubernamental jamás antes
perpetrada…
¿Se han dado cuenta? A mayor gravedad de la situación, mayor es la
inmadurez de nuestros gobernantes. En Moncloa ya no les importa mentir con
desvergüenza. Siguen pensando que han de decirnos no lo que sucede, sino lo que
piensan que debemos los demás pensar que sucede. Por eso son el hazmerreír de
toda Europa y nos dan lástima justo cuando deberían despertarnos admiración. No
es casualidad que se hayan quedado muy por detrás de lo que cualquier ciudadano
medianamente bien informado espera.
Somos la versión nueva del drama griego: mentirosos, descuidados,
manirrotos, impresentables. Todos esperaban mucho del señor del puro que se
aloja en La Moncloa. Yo ya no espero nada. Este país no
debería liderarlo en estos momentos un viejo, un hombre desgastado no por su
edad (aún fecunda), sino por los acontecimientos, la gravedad, la inmensa
perspectiva negra que lo abate. Un hombre viejo que se creyó su propia mentira,
la de que con sólo su presencia se cerrarían todas las sangrías. Un hombre
viejo, sin liderazgo ni carisma, que desprecia a las minorías y trata sin
respeto alguno a su pueblo. Un hombre viejo que acaso nunca debió estar ahí,
pero a quien las circunstancias y las dictaduras internas empujaron a
empellones hasta donde está. Un hombre viejo que apenas parece saber de nada,
que no explica ni informa por la sola razón de que no tiene absolutamente nada
que decir y piensa que su silencio es locuaz, cuando lo que es, es denigrante.
Nos rescatan. Menos mal que nos rescatan. Lo que no son capaces de urdir
los políticos, han de hilvanarlo los tecnócratas. Nos rescatan, sí, con todo lo
que ello conlleva, y nos van a dejar a todos para el arrastre. Sólo espero que
le suceda lo mismo a ese hombre viejo, mentiroso y altanero, que dijo saber
superar el desastre cuando, en realidad, no tenía ni la menor idea de cómo
conseguirlo.