jueves, 3 de enero de 2013

Líderes navideños

Hay que sentirse muy líder, no digo que haya que serlo, fíjese lector en la diferencia, para dirigirse a un pueblo con el anuncio de las intenciones que han de dirigir sus pasos en el futuro inmediato. Más propio de una épica mesiánica, pues me resisto a denominarlo de otro modo, aunque lo piense, me resulta particularmente asombroso que, por el fin de cada año, los diferentes presidentes autonómicos se planten frente a una cámara de televisión (la propia, claro), y emulando los discursos monárquicos, que tampoco comprendo del todo, aunque sí un poquito más, le hablen a su pueblo cuales adalides electos por el alzamiento de las voces unidas de las masas que les eligieron.

Un despropósito, pero muy significativo. Y tanto lo es, que año tras año, por estas fechas, compruebo que ninguno de ellos decepciona mi esperanza de querer saber de sus discursos y panfletos. Ojalá lo hicieran, en primer lugar porque nunca he entendido muy bien lo que quieren representar, y ése es error exclusivamente mío, y después porque quizá espere que la mudez les haya sobrevenido por el cierre a cal y canto de sus televisiones propagandistas. Pero no. Ni las cierran, ni se abstienen de sus mensajitos fangosos, encajonados, con los que, bajo la excusa de los buenos deseos por el año en ciernes, envían a quienes desean verles las grandes líneas de sus actuaciones venideras.

Creo que Euskadi fue la primera en emular el monárquico patrón. No lo sé seguro, pero ese dato da lo mismo ahora, momento en que al unísono una veintena de gargantas aparecen en su casi propia televisión con altivez para dirigirse al pueblo que les aclama con un mensaje repleto de gloria, aunque no sea de gloria en las alturas. No discutiré que haya quien diga cosa alguna sensata, pero lo mismo hubiera servido una bien redactada carta en plaza pública o un ingenioso parlamento en las sedes faraónicas que ellos han erigido ladrillo a ladrillo hasta extraer del pueblo (al que pretendidamente se dirigen) las voluntades que les corresponde gobernar. En realidad, me atrevería a decir que lo mismo vale, si no más, el silencio curtido de esfuerzo y trabajar sin grandes alharacas el resto de los días, pero bien sabido es cómo se orienta la política en este siglo XXI.

Hay que sentirse muy líder para manifestarse ante el pueblo a través de una pequeña pantalla. Y hay que sentirse muy adlátere para tragarse, año tras año, la majadería de sentirse proclamado casi dios en las alturas.