jueves, 21 de marzo de 2013

La Corinna del Rey

Cuando era niño, los libros de texto que usábamos en la escuela contenían mucha información, más de la que realmente podíamos asimilar siguiendo la agenda escolar. Suponían un recurso inmediato para las horas mustias del calendario, cuando cansados de juegos y aventuras lo único que apetecía era leer un rato y descubrir cosas nuevas. Entonces los dinosaurios no eran famosos, resultaban más bien un mito poco visual (Spielberg aún no lo había llevado al cine), y las enciclopedias resultaban pesadas de cargar en los brazos. Los libros de texto, siempre llenos de rayas, guardaban tras la patina del trajín escolar tesoros escondidos, las claves del conocimiento verdadero.

Cuando era niño, los libros de Historia hablaban de largos reinados y cruentas guerras. En pocas ocasiones confesaban las veleidades de los personajes humanos en ellos aparecidos. Jamás contaban que Colón era un seductor cínico, capaz de embelesar a una reina para gobernar tierras lejanas de las que sabía ir y volver. Como tampoco decían que, en su afán imperialista, uno de nuestros más nefastos reyes, Carlos I, fue capaz de arruinar a toda una España aún medieval, sumiéndola en hambrunas y lamentables miserias.

Cuando aún no era adulto, los textos rara vez mencionaban la crudeza de las pasiones humanas. Ahora que lo soy, compruebo que la sociedad aún conserva intacta la hipocresía de fingir que desconocemos realmente lo que somos, incluidas lindezas y apetitos, por mucho que estemos saciados todos en ellas: aparentemente ajenos, hacemos como si no tuviésemos esas mismas inclinaciones. Es algo en lo que nada parece haber cambiado mucho.

Por eso me complace asistir a un episodio que dentro de algunos años se comentará en las aulas. El episodio protagonizado por un monarca, nuestro actual Rey, muy capaz para la diplomacia y los negocios, zafado en juergas e infidelidades, que finalmente ha encontrado su, al parecer, definitivo descanso en brazos de una extraña mujer a la que considera como su reina (porque la oficial ya no se sabe muy bien para qué sigue en su sitio). Todo el lío de los elefantes africanos, del dinero turbio, del picadero, es circunstancial: los reyes organizan sus enredos con desmesura. Lo relevante es que asistimos a la penitencia de amor de un hombre poderoso que ha hallado la felicidad donde cualquier persona la hubiese buscado: en su más íntimo e inexplicable sentimiento. Y por eso él sabe que Corinna ha de suponerle la corona…