viernes, 12 de abril de 2013

Dación en pago

El más audaz ejemplo de dación en pago me lo contó un empresario granadino durante una comida (magnífica) a los pies de Sierra Nevada. Mi interlocutor se había enriquecido, años ha, construyendo pisos y hoteles con ahínco, hasta que una oculta pasión por la metalurgia le llevó a levantar una fábrica en ciertos terrenos apartados de la mano del divino, demostrando con creces que, de suelo y edificaciones, sabía lo que no está escrito. “La fábrica es la segunda niña de mis ojos”, me dijo, por cuanto la primera era invariablemente su hija de corta edad, feliz fruto de unas segundas nupcias, y pese a los descalabros económicos que debía soportar a consecuencia de esta crisis que va a acabar con todo.

Huelga decir que, como constructor, tuvo buen cuidado en desentenderse a tiempo del asunto, oliéndose la que se venía encima. Pero el repertorio de sus anécdotas era, y es, abundante. “Entonces yo ganaba menos vendiendo pisos que cualquier inquilino especulando con el que me habían comprado a mí”, aseguraba. “Me di cuenta de la inminente debacle al ver la cara del director de mi sucursal discutiendo con un marroquí a quien había concedido una hipoteca, pese a no disponer de salario fijo. El magrebí resultó muy listo: vendió el piso en cuestión de días, se quedó con el dinero en vez de liquidar la cuenta pendiente y con esos euros compró una casa y montó un negocio en su país. Y aún le sobraría dinero para un buen coche o llevarse a la familia de vacaciones adonde se le antojase. Cuando el director le explicó que eso no era posible, el andoba le arrojó las llaves encima de la mesa, espetándole que se quedase con el piso porque él se volvía a Marruecos. Y vaya si se volvió. ¿Qué iba a hacer el director? ¿Irlo a buscar hasta allí? Al banco no le quedó otra que olvidarse de la hipoteca”.

Lo he titulado dación en pago, pero obviamente se trata de algo muy distinto. Esta anécdota me llevó a pensar dos cosas: una, que a los de siempre nos toca pagar tanto la avaricia de los bancos como la sinvergonzonería de muchos; y dos, que la anhelada dación en pago tendrá que ser el resultado de una sentencia judicial una vez que los políticos, si les da la gana, decidan promulgar una ley que permita a un ciudadano acogerse a procedimiento concursal (idea ésta que no es mía, figuraba en el programa electoral del PP, el mismo que escribieron cuando aún no argüían eso de “hacer lo que hay que hacer” y fingían pensar en la gente de la calle).