domingo, 12 de mayo de 2013

El pan nuestro de cada día

Hay falacias que son más que simples confusiones o errores. Por ejemplo, que el pan engorda, una de las falsedades más extendidas en nuestra sociedad moderna y, al mismo tiempo, de las más perjudiciales desde el punto de vista nutricional. Ninguna evidencia permite sostener tal afirmación, todo lo contrario. Por ejemplo, en los años 60, cuando, todo lo más, se veía algún “gordito” por la calle, el consumo medio de pan por habitante y día era de 300 gramos; hoy en día, habiéndose reducido a escasos 80 gramos, nuestros niños se encuentran entre los más obesos de Europa. Sinceramente, ¿conoce usted a alguien que, estando a dieta, no elimine el pan o reduzca la ingesta de hidratos de carbono de manera inmediata y tajante, pese a que con ello no haya logrado apenas adelgazar nada? Y si usted es uno de tales sufridores a causa del sobrepeso, ¿está dispuesto a reconocer que está cometiendo un error y, acto seguido, volver a comer pan y analizar un poco mejor sus decisiones, por ver si con algo más de sensatez y cordura atina plenamente?

Pues algo parecido sucede con los ínclitos próceres cuyas decisiones económicas y políticas nos destrozan por dentro y por fuera. No importa la obstinación con la que, desde todos los frentes, múltiples voces demuestren que paliar el hundimiento de la recaudación con más subidas de impuestos solo ha de producir nuevos hundimientos, o que cinco años de rigor presupuestario desequilibrado (es decir, el que afecta y soporta una sola de las patas del banco, en este caso las clases medias) no conduce a la siempre anunciada y nunca vista recuperación económica. Erre que erre, los ministros (y por descontado, quienes les presionan o asesoran), por agobio, nerviosismo o qué se yo, tiran de atajo, olvidando sus anteriores prédicas, y nos arrastran a todos al precipicio (en realidad, sospecho que se trata de simple fragilidad intelectual: sus convicciones carecen de fortaleza). Generalmente justifican sus decisiones con la siguiente expresión. “no había otro remedio, es lo único que se puede hacer, no existe alternativa posible”.

Claro que, puestos a evidenciar testarudez, la de muchos votantes es ciertamente supina: un amplio espectro del electorado vota siempre al mismo partido, ya sea por razones gástricas o por creer que, al enemigo, ni agua.

Lo del pan puede ser ignorancia. Lo de los impuestos, obcecación. Lo del voto, atavismo. Pero todas ellas, en realidad, representan una sola cosa...