viernes, 24 de mayo de 2013

La mala imagen de España

Acabo de regresar de Perú, adonde acudí por los incas y por algunas reuniones profesionales, y vuelvo convencido de la agudeza de ciertos conquistadores que, como Cortés en México o Pizarro en Perú, huyeron de una España medieval y arruinada por la codicia monárquica, encontrando en el mestizaje un modo de asegurar la libertad e independencia de aquellas tierras ricas y fértiles, mucho más que la madre patria. Aunque fracasaron, y la Historia maltrató a unos y otros después (algo que pocos entienden en Perú o en España, que en ambos lados han prevalecido hasta hace poco atavismos históricos irreconciliables).

Pero no quería yo hablarles de Historia, sino de la situación actual. Porque me ha sorprendido, por desvariada, la pésima imagen que se tiene allá sobre España, algo que ya columbré cuando estuve en Chile el pasado noviembre. Una parte de la población peruana está en la creencia de que, aquí, como consecuencia de la crisis, a los viejitos se les ha dejado sin jubilación, que la gente se ha echado a la calle por el hambre y la miseria, que los hospitales ya no atienden a los enfermos, que empresas como Repsol o Telefónica están en quiebra total, o que el país entero ha sucumbido al desastre.

Les he intentado explicar que no es cierto: que las pensiones se mantienen, aunque se les haya congelado el aumento del IPC; que la prestación por desempleo sigue durando 24 meses y que incluso existe un pequeño subsidio para quien ya no tiene nada; que las manifestaciones son pacíficas, que no reina el caos ni te matan en la calle por un mendrugo de pan; que estamos soliviantados por la pérdida de pequeñas parcelas del altísimo bienestar que disfrutábamos y que, sobre todo, nos indigna la delirante situación política y sus decisiones, siempre tan convenientes para unos pocos y tan sacrificadas para todos los demás.

Quienes, pese a todo, dieron algún crédito a mis argumentos, invariablemente me respondían con estupor: "¿Por eso se quejan? Ustedes no saben lo que es una crisis de verdad". No, no lo sabemos: pese a los recortes, seguimos viviendo en una opulencia ficticia, y a ella mucha gente se ha enrocado para impedir perder un ápice de lo mucho que nos sobra. Somos como la casta política a la que criticamos: no deseamos carecer de ningún privilegio y la solución siempre pasa por la renuncia de los demás, no por la nuestra propia. Por eso creo que en Perú, sin ellos saberlo, me ayudaron a acertar con la clave de todo…