viernes, 7 de junio de 2013

Líneas rojas

No se pueden traspasar. Esta metáfora, tan habitual en el uso político, y cuyo origen fetén hemos de situar en la Guerra de Crimea, se ha extendido rápidamente por los debates sobre la crisis, siempre como defensa última, casi numantina, del Estado del Bienestar. Para quienes aluden a ello, son varias las líneas que no han de ser traspasadas bajo ningún concepto: la sanidad, la educación, la dependencia, las pensiones o la prestación por desempleo… sin aclarar hasta dónde han de abarcar o hasta dónde se puede llegar. Porque la cuestión no es defender nuestro bienestar, sino decidir cuánto hemos de gastarnos en ellas sin que el invento se caiga por sí solo.

En las redes sociales, y allá donde la indignación forma coros vocingleros, suelen gritarse abominaciones contra la Troika, señalando así al enemigo del que hemos de defendernos tras la línea roja. Nada de recortes. El dinero que sustenta a nuestra sociedad avanzada y rica ha de fluir a chorros porque sí, porque los mercados existen para financiarnos a nosotros, que ésa es su obligación. Y si no nos financian, que lo haga Bruselas, el FMI o el BCE, pero esto (y “esto” son 40.000 millones de deuda cada año) no puede parar. Evidentemente, las voces contra los recortes claman en apoyo del crecimiento, que de lo contrario no iremos a ninguna parte (en realidad, sí: a la ruina), razón por la que es ineludible apostar por aquello en lo que somos fuertes (“apostar por” significa gastar más dinero del déficit).

A los amantes de las líneas rojas que abarcan todo el bienestar que cabe imaginar, y enemigos de la Troika, no les entra en la cabeza que nuestro déficit se paga con impuestos futuros, que una vez que estemos muertos, lo que hayamos disfrutado en vida lo seguirán pagando nuestros hijos y nietos. Y si se les recuerda esta certeza, suelen responder con lo de “pues que se eliminen coches oficiales y asesores”, sin querer entender que solo esa medida, por higiénica que sea, no basta. Será que nadie quiere descargar de Internet los Presupuestos del Estado, de visión mucho más aburrida que las pelis, donde se descubre que los políticos están jugando a engañar a la misma Troika que los indignados insultan.

Solo hay una línea roja que, a día de hoy, estoy convencido de querer defender a ultranza: que ni un solo niño en toda España esté desnutrido. Porque los hay, a miles. Póngame usted, señor ministro, el impuesto que considere necesario y destine todo ese dinero a tal fin…