viernes, 19 de julio de 2013

Afinsa

Una carta de Afinsa me pide que elija entre recuperar el 5% de un dinero que doy por perdido o recibir la filatelia que sustentaba mi inversión.

Un buen día, alguien muy próximo te habla de una empresa que lleva 25 años comerciando con sellos en todo el mundo: compra, vende, genera plusvalías y con ellas remunera a sus clientes. Un folleto del Ministerio de Consumo animaba a invertir en bienes tangibles, avisando de que no se confundiese con una operación financiera. Todo parecía legítimo. Años atrás, un expediente del Ministerio de Economía confirmaba que esta actividad, en efecto, no era financiera, como también constaba en el archivo de una denuncia sobre la que juzgó el Tribunal Superior de Madrid. Era el tiempo en que el ICE, del Ministerio de Industria, ensalzaba a la empresa y apostaba por su mercantilismo, y la CESCE, propiedad del Estado, la calificaba como una de las más solventes del país. ¿Por qué iba a resultar ilógico confiar en semejante acumulación de experiencia, normalidad y éxito? Ese buen día, uno decide invertir, confiado, su dinero.

De repente, Hacienda pasa a considerarla financiera, calificación contraria a la ley, al igual que la fiscalía y los instructores. El nuevo balance, hecho trizas, convierte una longeva empresa modélica en una monumental estafa piramidal, en opinión de una inspectora y una poco clara consulta a la Auditoría de Cuentas. Pese a ello, la Audiencia Nacional sigue manteniendo que la actividad de la empresa es mercantil (exculpando a las instituciones de control del sistema financiero). Lo más interesante de todo es la forma en que se produce la intervención: brutal y desordenadamente. Esta intervención en España hace que un hedge-fund, que enciende la mecha con una carta a la Agencia Tributaria, consiga millones de dólares al conseguir hundir las acciones en el Nasdaq de la filial americana.

Han pasado nueve años. Los clientes hemos sido desprestigiados de todas las formas imaginables en todos los medios posibles y hemos perdido todo el dinero (quizá lo menos importante, al menos para mí). El proceso sigue abierto, todo va muy despacio, como corresponde a las cosas del pasado.

Lo más amargo de todo es advertir que nadie, en ningún momento, se detuvo a pensar en salvaguardar el interés de los consumidores o en intentar, al menos, que se minimizasen sus pérdidas. Pero a estas alturas bien sabemos lo que sucede en estos choques de titanes, y quién ha de salir perdiendo.