viernes, 15 de noviembre de 2013

Desde el chiquero

Recuerdo nítidamente la última vez que un lugar me pareció un establo, un chiquero, una porqueriza. Fue hace años, en la vivienda de un músico chileno sita en Viña del Mar. Este artista, de talento mediano, aunque muy vital, moraba en una casa que en otro tiempo debió ser preciosa, pero que entonces me repugnó tanto por los fétidos miasmas como por la inconcebible cantidad de basura y polvo acumulados. Huelga contar la repugnancia que sentí cuando tuve que hacer uso del cuarto de baño… Paseando estos días por Madrid he experimentado una sensación similar a aquella. En la otrora bella capital de nuestro país se amontona la basura, cual paradoja terrible de en lo que se ha convertido nuestra vida: comida basura, televisión basura, política basura. El deseo de ahorro de una alcaldesa incompetente, al permitir rebajas escandalosas en una licitación a priori revolucionaria, ha desencadenado finalmente tanto la ira del madrileño como la indignación de todos los demás.

No sé de qué me sorprendo. Vivimos regidos por ineptos que se creen muy listos porque tienen poder. Y por ineptitud me refiero a casos como éste de las basuras de Madrid. O a la basura que mencionó un alto cargo de la UE sobre la propaganda del cada vez más entontecido ministro Wert. O a la basura que nos endiña cualquier ciudadano de cualquier país del mundo cuando habla sobre España (qué atrás quedaron aquellos no tan lejanos años de la admiración y el elogio universales). Admitámoslo: solo bajo el efecto centrífugo de una descomunal especulación inmobiliaria hemos conseguido no parecer el país de la chapuza, la mediocridad y el corcusido.

Y mientras nuestras empresas luchan, contra viento y marea, por salir a flote y acabar con los números rojos, los demás seguiremos tapándonos la nariz ante la fetidez que causa ver a tanto listillo acaudalado pasear tranquilo por las aceras después de haber arruinado una caja de ahorros, un ayuntamiento o una comunidad. Ante el hedor de esta apoltronada justicia nuestra capaz de culpar a un barco (¡a un objeto!) del mayor desastre ecológico de la costa gallega. Ante la pestilencia lejana de una clase política incapaz de alcanzar un solo acuerdo que abra la vía que saque al país de la inmensa bolsa de basura en que se ha convertido, repleta de amargura, desesperación, pobreza y miedo, donde los ciudadanos no somos sino deslustrados cebones de chiquero a los que otros sacrifican con tal de retener sus hediondos privilegios.