viernes, 20 de diciembre de 2013

VISA black is black

Ya tengo confeccionada mi carta a los Reyes Magos. Esta vez ha sido difícil, he tardado casi un año en decidirme. Cambios constantes, ya saben: está todo tan rematadamente mal, tan injustamente crudo, que uno ya no sabe si pedir la paz en el mundo o que los preferentistas cobren su dinero. Pero los últimos acontecimientos de este episodio de historia verídica que venimos viviendo desde que la crisis columbrase los márgenes de la corrupción y el despilfarro, han inclinado la balanza finalmente hacia un regalo que vale su peso en oro (oro negro): quiero una Visa Black.

¿Usted sabe lo que es? Yo no tenía ni idea. Pero si un oscuro funcionario que de repente asciende a los cielos del lujo y el despilfarro, con varios millones de euros por sueldo, más bonos, incentivos y tentaculeo diverso, todo no por su dizque inteligencia o talento, sino por haber sido colega de otro individuo que acabó durmiendo en La Moncloa, si ese señor, por llamarle de alguna manera, tuvo una Visa Black para despachar esos gastillos que, mire usted por dónde, no quiere que aparezcan en los libros, total son una bagatela, unos cuatro cuartos mal contados, entonces yo también la quiero. Señores Magos, mándenme una Visa Black, no vaya a enfadarme y se la pida a su competencia, san Nicolás, Santa, Papá Noël, otro que es uno y trino, quien a buen seguro no mirará con malos ojos mi petición, pues a fin de cuentas él nunca tuvo que seguir una estrella ni postrarse ante un pesebre miserable: es deambulador de chimeneas…

Les digo que ya no sé cómo tomarme todo esto: si a chirigota, o como gota colmante que me incite a blandir el tocho de la justicia por mi cuenta y volverme vengador frente a miserables, chupatintas, aprovechados, amiguísimos, incompetentes, enchufados, latifundistas y demás fauna ibérica que no se extingue ni se extinguirá jamás, así los tengas de continuo en primera plana mostrando su sinvergonzonería inimputable. Son de derechas, de izquierdas, son patronos, son sindicalistas, son lo que les viene en gana, que todos hacen lo mismo en cuanto tienen oportunidad: agarrar por el rabo al becerro de oro y no soltarlo así se acabe el mundo (de los demás).

Relajaré mi verbo: llegan las navidades, no la revolución francesa. Y debería pensar en quienes más sufren, en quienes la crisis ha tumbado de por vida: no en esta panda de imbéciles y desalmados cuya peste y hedor rebosa ya por todas las esquinas de nuestra sociedad civil. Menuda Navidad nos espera...