viernes, 24 de enero de 2014

Un héroe inesperado

Ahora que aún puede contemplarse situaciones tan grotescas como la de dos individuos resolviendo a mamporros un altercado de tráfico (cosa atroz, amén de hortera), o contemplar la muy plástica y armoniosa manera con que un tropel de gente ensimismada traza una perfecta elipse en su unívoca trayectoria con tal de no intersectar la paliza (primero verbal, luego física) que propina un macho a una hembra en el andén de una estación, ahora, digo, alivia y reconfortan al espíritu noticias trágicas, pero emotivas, como la del sacrificio de un niño estadounidense de ocho años, que perdió su vida en el incendio de la caravana donde vivía cuando trataba de rescatar de las llamas a su tío discapacitado. Anteriormente había logrado alertar a otros seis familiares, que pudieron salir con vida de la ecpirosis, incluidos dos hermanos menores.

Ni usted ni yo hemos sido nunca, o vamos a ser, mejores que ese desdichado niño. Los medios han sentenciado la sobrecogedora noticia calificándole de héroe. En realidad, lo que vienen a proclamar es el final del sacrificio y el desinterés de este mundo nuestro, donde solo los más humildes o más inocentes se prodigan en semejantes actos de valentía, seguramente por estar inadvertidos del interés en no arriesgar nada, mucho menos la vida, por nadie. Ya puede usted, o yo, escuchar los llantos y sofocos de una vecina, asediada por los porrazos e insultos de un energúmeno al que todavía ama, que ni tan siquiera será capaz de descolgar el teléfono para marcar el numerito de urgencias (qué expresión tan obsoleta acabo de escribir: esas cosas ya no se descuelgan). Ya puede usted, o yo mismo, ver el cuerpo tirado e inconsciente de un desgraciado junto a una marquesina del autobús, a altas horas de la noche, casi pegado al corro donde unos jóvenes parlotean y ríen como si allí nada sucediese, que intentará mostrarse tan imperturbado como ellos por la fantasmagórica presencia de un individuo que vaya usted a saber qué hizo para acabar en tan lamentable estado.

¿Un héroe inesperado? Todos lo son, por definición y factura. Por eso son excepcionales y confirman la plena decadencia del mundo en que nos encontramos. Así sea el niño que muere por salvar a su tío, el gafotas que llama a la puerta para defender a la mujer del marido, o el conductor que detiene su autobús y baja corriendo a auxiliar al desconocido tirado en el asfalto. Salvo al niño, yo presencié a esas otras personas actuando como yo no me atreví, para ignominia mía.