viernes, 14 de febrero de 2014

Hoy es 14, pero…

… pero no les quería hablar del día de los enamorados. ¿Para qué? Si usted vive la ilusión del amor, lo último que necesita son dos mil y pico caracteres glosando o criticando lo que usted ya experimenta. Y si no lo vive, tanto porque se haya vuelto cínico, que es lo que me sucede a mí, o simplemente porque le aburre tanto el tema que prefiere optar por otras fórmulas de realización personal, algo que también me sucede a mí (no hay opciones excluyentes), si no lo vive, digo, tampoco necesita abrasar sus ojos con las rimbombantes bobadas que se suelen escribir cada San Valentín. A favor y en contra. Además, con tantos problemas como hay en el mundo, y particularmente en su casa, ¿acaso estamos para tonterías?

Llamar tontería al amor, qué barbaridad, pensará usted. Este columnista no es cínico: ¡es un nihilista!, seguirá pensando. Y algo de razón quizá tenga, pero la justa: no pienso concederle mucha más. Porque tontería era eso de “amor es no tener que decir lo siento”, frase memorable de aquel dramón lacrimógeno de Erich Segal que dio más vueltas al globo que el Sputnik. Pero no era ninguna tontería la escena interpretada por Ciccio Ingrassia en Amarcord (Fellini), dando vida a un pobre loco que se encaramaba en la copa de un árbol para gritar, desesperado, “¡Quiero una mujer!”.

Puntos de vista, supongo. Hoy (mañana, cuando escribo esto) las parejas jóvenes se querrán mucho (¿tanto?, bueno: es lo que toca, supongo) y las parejas de todas las edades jugarán a despistar a ese formidable ejército asesino de amores, compuesto por: los celos y recelos, los egoísmos, el aburrimiento, las playmates, el tal Grey y sus sombras, la morena con coleta del gimnasio, el níveo teutón que corre en el parque, el chateo hasta las cuatro de la mañana (siempre es con alguien que no es nadie), la playstation a todas horas, lo cabrón que soy o lo gorda que te has puesto… Y seguro que alguien me recuerda que al otro lado de su descansillo vive un matrimonio anciano que cada día van cogidos de la mano a dar un paseo. Pero yo enterneceré la mirada, soltaré un expresivo “¡qué lindo!”, y volveré el gesto a un lado para hacer como que vomito.

Me han tocado ya unos cuantos sanvalentines aquí en DV. Será que llevo ya demasiados años escribiendo estas columnas (y aún no me han echado, pásmense, pese a las veces que he debido tentarles para hacerlo). O será que, del amor, nadie puede ya enseñarme nada, porque alguna vez lo viví absolutamente todo.