viernes, 3 de octubre de 2014

Octubre

Desde el año pasado le tengo al mes de octubre un cierto recelo indisimulado. Le asocio alguna de mis peores catástrofes, esos momentos negativos, desquiciantes, de inquietud exacerbada casi rayana en lo angustioso, en los que la rabia, la pena, el dolor y las lágrimas se combinan para producir desgarro y rencor. No un rencor humano, producto de la envidia o la soberbia, no hablo de rencores procedentes de pecados más o menos capitales, sino rencor irracional hacia algo tan artificial como es un calendario, rencor justificado solamente en la coincidencia fortuita de sucesos y almanaque. Ya ven ustedes, qué simplificad de enconos llevo dentro de mí…

Octubre me arrancó, hace un año, de la vida, de mi existencia, al hombre que me dio el ser y el apellido. Y sé perfectamente que en la batalla contra la muerte no hay posibilidad de victoria, si acaso de despiste, por aquello de engañar una vez más (qué listos queremos parecer a veces) al espectro maléfico del vacío eterno, como si en tal ilusionismo hubiese una verdad no sustentada en trucos y embustes. No hay cosa peor que creernos las propias mentiras, pero en esto de enfrentarnos a la parca y reír a mandíbula batiente ante los amigos de la proeza de seguir vivos, creo que no puede haber sino tolerancia infinita.

Siempre hablo con melancolía, y sentido desasosiego, del otoño. Hasta el año pasado, por la convicción de las hojas mustias, amarillas, arremolinadas en las veredas de los parques o sobre los sumideros de las alcantarillas, donde se pudren (o fallecen) sin darnos cuenta siquiera de la hermosura que impregna en nuestros pasos su color ambarino, azafranado. Desde hace exactamente un año, porque sé fehacientemente que mi vida ha entrado ya en su otoño más largo y prolongado, mucho más que las inocencias de la vernal infancia o los estivales atolondramientos de juventud. Sigo preguntándome, por ello, qué me ha de deparar el invierno, y qué sensaciones llevaré dentro…

Hoy no me apetecía hablarles a ustedes de ninguna de las noticias que se repiten en los telediarios o en las tertulias de los bares. Hoy mis dedos solo saben escribir con la tinta áurea de las hojas caídas y de una tierra removida antaño y reposada ya sobre los huesos en descomposición de quien una vez fue mi padre, convertido ya en polvo y recuerdos, testimonio de mi más melancólico otoño, de la más honda y sincera pena del corazón, el mío, que llora sin consuelo alguno ni esperanza alguna de ello…