viernes, 7 de noviembre de 2014

Estando lloviendo

Fue hace unos días tan solo. Encontrándome leyendo a uno de mis columnistas favoritos, topé con el gerundio de repetición, la extravagante forma de gerundiar, según Sainz de Robles, que acuñase Cela tras los decisivos estudios de Fabià Estapé, uno de los más influyentes economistas políticos de nuestra Historia reciente, quien además columbrase, para inteligencia y entendimiento del vulgo (usted y yo), cómo el gerundio fue eliminado en la Segunda República a golpe de leyes por afrentar la plasticidad del castellano. Es de común conocimiento que el gerundio fue ampliamente usado durante la dictadura de Primo de Rivera y en la de Franco, quien por cierto protagonizó la anécdota “gerundiense” más afamada de todas, a causa de una escopeta Pudsley.

Pues bien, estando lloviendo el pasado martes, tanto que no podía distinguirse en toda Donostia el embite de las olas en La Concha de los golpetazos inmisericordes de la galerna contra el suelo, no logro recordar que sucediera cosa más merecible de recuerdo que los estruendos formidables de los truenos que, en aquel momento y durante toda la noche, cubrieron la ciudad con su retumbar de ultratumba. Con razón este Diario Vasco comentaba, a la mañana siguiente, que había caído más agua en una sola tarde que en un mes completo. Y tampoco por Bilbao, el antagonista complementario, hubieron de quedarse mancos, porque estando comiendo muy cerca del Nervión, vi caer agua a mantas y a espuertas (yo no sé cuál de las dos escoger) como si hubiese surgido una disputa adicional entre las capitalidades vascongadas por ver quién arrojaba más litros por metro cuadrado sobre la rúa.

Por si no lo han percibido, aunque convencido estoy de que sí, trato hoy de ejemplificar el estrépito de un meteoro con el acallamiento momentáneo de los muchos ruidos políticos y sociales que proliferan a cada instante en estos tiempos líquidos que vivimos, y no líquidos porque caiga más o menos agua. En la parte vieja de Sanse las gentes se apostaron bajo los dinteles de los bares de pinchos para contemplar el majestuoso espectáculo brindado por la tormenta, tanto la que rasgaba la mirada con hilos continuos de refulgente transparencia, como la que discurría calle abajo en riada. Por un momento, incluso el partido de fútbol, no digamos ya los partidos políticos, quedaron mudos.

Y estando contemplando la tormenta, supe que el discurso de la lluvia, por repetido, pronto habría de concluir. Pero no los restantes...