viernes, 27 de febrero de 2015

Dinero en B

Fue hace también unos días cuando me di de bruces con el dinero negro, el dinero B, el que no se comercia y el fisco persigue con más bien poca fortuna, acaso porque las fortunas así acaudaladas (no solo la del destino) necesitan de sus buenas ciénagas hediondas y poco honradas, y acaso también porque el fisco ande necesitado de mayor ingenio para perseguir lo que ni cotiza ni revierte en cosa alguna de provecho para todos.

Me di de bruces con él, digo, y quedé con total indignación porque en mi vida he aceptado jamás que un fontanero me cobre sin factura, y esta vez hube de vérmelas con la desfachatez de alguien a quien los billetes en A parecen caer del cielo y los billetes en B de la faltriquera, empeñado como en que le aceptase pagos bajo cuerda alegando que necesitaba arreglar unos asuntillos y a mí, total, qué me importaba si también salía ganando.

Dice la Gestha (Asociación de Técnicos de Hacienda) que “esos asuntillos” suman en España la bonita cantidad de 253.000 millones de euros, con cuyos impuestos ahora escamoteados todos viviríamos menos pendientes de troikas o pabletes. Y la OCDE, que también dice cosas, informa de que España, en eso del B, se sitúa tras Estonia, Polonia, Grecia, Hungría o Portugal, muy lejos de EEUU, Suiza o Austria, países con más impuestos que aquí y con ciudadanos asaz más responsables que aquí.

A alguno de ustedes, caros lectores, seguro que cierta vez le convino no pagar el IVA de la revisión del auto o la chapuza del pintor cuando decidieron cambiar el cuarto de la pequeña. ¿Sabe por qué aceptó? Porque nadie le iba a exigir consecuencias. Y si alguna vez lo hacen será por lo exagerado del trampeo y no me cabe la menor duda de que en su momento esgrimirá muchas razones con tal de justificarse y que se jactará de que ya paga muchos impuestos y de va siendo hora de que los corruptos roben menos y los mangantes dejen de forrarse a costa de todos, que, total, si ellos pueden, usted puede mejor, porque usted es honrado, más que todos ellos, habráse visto dónde vamos a llegar, que por unos pocos euros me ponga así...

A ese “usted”, caro lector, yo no le considero ni honrado ni probo. Usted, el de los pagos en B, defrauda a Hacienda cuanto puede y es tan corrupto y ladrón como esos a quienes parece que todo en la vida les ha sonreído, sin hacer falta. Su doble moral y su doblez espantan a cualquiera. Por eso, la próxima vez que me pida B, búsquelo en el tesaurus donde pone burro (usted).

viernes, 20 de febrero de 2015

La repugnancia de lo real

Hace unos días discutí con un colega que trataba de explicarme su punto de vista sobre el asesinato del piloto jordano de 26 años quemado vivo por el Estado Islámico y cuya ejecución, emitida en vídeo a través de Internet, él había presenciado la noche anterior de madrugada: tan fuerte era su necesidad de disponer de una percepción objetiva de cuanto había pasado, que lo espeluznante de la muerte por cremación del joven militar se hallaba relegado a un segundo o tercer plano.
No escatimó literatura al describirme con detalle toda la ejecución: la angustia y el dolor de la agotada víctima; la presencia fantasmagórica del ejército uniformado y apostado sobre unas ruinas aledañas; la morosidad de todo el proceso, ahondada fílmicamente con el uso de la cámara lenta; el despiadado verdugo que enciende un reguero de gasolina hasta el cuerpo empapado del infeliz aviador; las llamaradas que lo asolan hasta acabar con su vida; las rocas con que sepultaron el cuerpo carbonizado… Sin necesidad de ver el vídeo, este colega me hizo partícipe del horror como si lo hubiese contemplado allí mismo en directo.
En ningún momento fui capaz de apreciar otra cosa en sus palabras que la monstruosa morbosidad de ver morir a un semejante. Estoy convencido de ello; me parecía abominable que insistiese tanto en superar la atrocidad de una muerte horrorosa e inútil, convertida en exhibición como si viviésemos en plena Revolución Francesa o en tiempos de la Inquisición. Quiero pensar que decía todo aquello porque, en verdad, aquella ejecución le había herido en lo más hondo, y de ahí la necesidad de proclamar con vehemencia todo ese disparate de la necesidad vital y de ver con ojos desnudos la realidad, por encima de los sentimientos de solidaridad con la víctima. Y tengo el convencimiento de que esta actitud, repetida en todos y cada uno de los testigos que presenciaron el horror desde sus casas, es lo que consiguió engreír a los repugnantes terroristas. Como dije a mi interlocutor, todo el argumentario dialéctico se viene abajo al comprobar que lo filmado no fue otra cosa que un guion meticulosamente escenificado con infecta teatralidad. El vídeo no es falso porque no muestre la realidad, es falso porque la tuerce y crea de forma macabra según lo dispuesto por sus artífices.
Angustia pensar que haya gente capaz de interesarse antes por este espectáculo (y lo que significa) que por el respeto que nos merece lo más íntimo del ser humano: su muerte.

viernes, 13 de febrero de 2015

Crear un monstruo

Hoy no voy a referirme a San Valentín, por mucho que mañana alguno de ustedes (si no muchos, si no todos) lo celebren y les parezca que el amor (al menos el manifestado hacia afuera) es la cosa más bella del mundo o la verdadera fuerza unificadora del universo (como decían en la película “Interstellar” sin que nadie sufriera un aneurisma). Hoy voy a hablarles del último monstruo creado por el ser humano a partir de otro ser humano. ¿El terrorismo islamita? Podría, pero no: más banal. ¿Los tertulianos de la tele? Tampoco: más trascendente. ¿Belén Esteban? Ni sé quién es, pero casi.
¡¡Hablo de Uma Thurman!! Su foto más reciente corre por internet y ya ha aparecido en todos los medios periodísticos del planeta (salvo en la radio).¿Ustedes la han visto? ¡No me digan que no la han visto! No puede despistarse uno cuando llega el apocalipsis. Uma era bella, era hermosa, era una Venus radiante entre los seres humanos (de hecho, interpretó ese papel en “El Barón de Munchausen”), un sueño bermejo de expresión aniñada y grácil, una deidad perfecta (como su nombre indica) capaz de encarnar a una vengadora inocentísima o a una medusa de ojos irrefrenables. Uma era la verdad absoluta sobre la vida por la que usted siempre preguntó y nunca supo dónde encontrar: estaba allí, ahí mismo, y usted no la advertía.
Pero ya no. Ya no más. Un trastorno dismórfico, ese que anida mucho en las alfombras encarnadas, la ha convertido en un monstruo, en un producto de aquelarre, en un rostro perfecto para Quasimodo, en la más atroz representación de nuestras pesadillas. Pero a mí esta explicación no me consuela: yo apunto con el dedo. Si estaba desquiciada: ¿quién ha sido capaz de seguirle el juego y hacer tal destrozo? ¿Quién ha sido el (supuestamente lúcido) verraco capaz de despojarla de su esplendor hasta deformarla por completo, en lugar de llevarla ante un psiquiatra? Y que no toquen su cuerpo, ¡oh, cielos!: el día que acceda a cambiarlo caerán todas las puertas, como en Jericó.
Ya, ya sé que la lista de monstruosidades quirúrgicas es extensa y bien conocida. Pero, mire a usted, lo de Uma me ha derrumbado, ha roto los pilares que a duras penas permanecían en pie desde lo de Meg Ryan. Y uno es fuerte, resiste las locuras de este mundo… hasta un límite. Y ese límite ha llegado: justo a los 44 años de la única actriz rubia por mí admirada.
En fin, será cuestión de olvidarla, no porque las uvas estén verdes: porque se han podrido al sol.

P.S. ¡Respiro aliviado! El horrendo rostro de mi diosa era solamente un horrendo maquillaje (ya le vale...). Creo que esta noche me veré las dos de Kill Bill de una tirada para recuperarme del impacto.

viernes, 6 de febrero de 2015

Otra vez la universidad en guerra

En España, país donde se vive un eterno cambio del sistema educativo, cada vez que un ministro envía a las Cortes su reforma, sea o no del PP, la comunidad escolar y universitaria se pone en pie de guerra. Esta vez la causa ha sido un decreto del Gobierno que deja a elección de universidades y CC.AA. la flexibilización de las carreras universitarias. Esto es, un plan de carácter voluntario y sin plazo alguno para su implantación. Da lo mismo: tambores de guerra también. Ya da igual el porqué.

La situación de la universidad es sangrante. El debate no se reduce a la insuficiente financiación con la que trata de mantenerse. También a las consecuencias causadas por su calidad insuficiente, problema que tiene su origen en distintas causas: una, la proliferación de centros y la enorme cantidad de títulos repetidos, circunstancias que ha creado una auténtica burbuja académica en la que es difícil realizar un uso racional de los (escasos) recursos disponibles; otra, la célebre endogamia en la elección del personal docente e investigador, que es total, del 100% (se pongan como se pongan profesores y rectores), con un sistema de evaluación que arroja fuera del sistema (al extranjero o a la industria) a los mejores y les impide regresar como deberían hacerlo porque los que se han quedado (los menos mejores) ya han ocupado todas las vacantes; y, por descontado, la miserable financiación menguante de la I+D por parte de todos los gobiernos, que obliga a emigrar de España, lo cual es un suicido para el futuro.

Pero da igual que se diga una o mil veces, que las sucesivas Comisiones de Expertos y las Nature o Science de turno lo repitan periódicamente. Lo aberrante en las universidades es la actitud: los grupos gestores no entienden su universidad como un servicio público imprescindible sino como agencias de colocación y de debate político. Y los problemas de la universidad devienen en una merma alarmante del bienestar de toda la sociedad. De ahí que sea tan importante alcanzar un sistema en el que el profesorado sea elegido de entre los mejores, sin importar su procedencia, y en el que los alumnos puedan optar a un número cuantioso de todo tipo de becas si las merecen (que no se merecen solo por rellenar un formulario). Y, mientras nada de esto ocurre, veremos huelgas y rechazos a todo plan, sea de Wert o de cualquier otro que dirija el ministerio. Porque la universidad lo que persigue es defender lo suyo con uñas y dientes.