Hoy no voy a referirme a San Valentín, por mucho que
mañana alguno de ustedes (si no muchos, si no todos) lo celebren y les parezca
que el amor (al menos el manifestado hacia afuera) es la cosa más bella del
mundo o la verdadera fuerza unificadora del universo (como decían en la
película “Interstellar” sin que nadie sufriera un aneurisma). Hoy voy a
hablarles del último monstruo creado por el ser humano a partir de otro ser
humano. ¿El terrorismo islamita? Podría, pero no: más banal. ¿Los tertulianos
de la tele? Tampoco: más trascendente. ¿Belén Esteban? Ni sé quién es, pero
casi.
¡¡Hablo de Uma Thurman!! Su foto más reciente corre por
internet y ya ha aparecido en todos los medios periodísticos del planeta (salvo
en la radio).¿Ustedes la han visto? ¡No me digan que no la han visto! No puede
despistarse uno cuando llega el apocalipsis. Uma era bella, era hermosa, era
una Venus radiante entre los seres humanos (de hecho, interpretó ese papel en
“El Barón de Munchausen”), un sueño bermejo de expresión aniñada y grácil, una
deidad perfecta (como su nombre indica) capaz de encarnar a una vengadora
inocentísima o a una medusa de ojos irrefrenables. Uma era la verdad absoluta
sobre la vida por la que usted siempre preguntó y nunca supo dónde encontrar: estaba
allí, ahí mismo, y usted no la advertía.
Pero ya no. Ya no más. Un trastorno dismórfico, ese que
anida mucho en las alfombras encarnadas, la ha convertido en un monstruo, en un
producto de aquelarre, en un rostro perfecto para Quasimodo, en la más atroz representación
de nuestras pesadillas. Pero a mí esta explicación no me consuela: yo apunto
con el dedo. Si estaba desquiciada: ¿quién ha sido capaz de seguirle el juego y
hacer tal destrozo? ¿Quién ha sido el (supuestamente lúcido) verraco capaz de
despojarla de su esplendor hasta deformarla por completo, en lugar de llevarla
ante un psiquiatra? Y que no toquen su cuerpo, ¡oh, cielos!: el día que acceda
a cambiarlo caerán todas las puertas, como en Jericó.
Ya, ya sé que la lista de monstruosidades quirúrgicas es
extensa y bien conocida. Pero, mire a usted, lo de Uma me ha derrumbado, ha
roto los pilares que a duras penas permanecían en pie desde lo de Meg Ryan. Y
uno es fuerte, resiste las locuras de este mundo… hasta un límite. Y ese límite
ha llegado: justo a los 44 años de la única actriz rubia por mí admirada.
En fin, será cuestión de olvidarla, no porque las
uvas estén verdes: porque se han podrido al sol.P.S. ¡Respiro aliviado! El horrendo rostro de mi diosa era solamente un horrendo maquillaje (ya le vale...). Creo que esta noche me veré las dos de Kill Bill de una tirada para recuperarme del impacto.