Les escribo desde Johannesburgo. Joburg, como la llaman
los blancos. Una de las ciudades más grandes del mundo, surgida alrededor de
una mina de oro. La ciudad donde vivió (y se recuerda a) Nelson Mandela. La
ciudad donde todos sus árboles han sido plantados uno a uno por el hombre.
Algunos dirán que aquí fue donde España ganó su Mundial de Fútbol...
Desarrollo la actividad que me ha traído hasta aquí a
pocos kilómetros del Aeropuerto Internacional Tambo. Cada día veo docenas de
negros que caminan por los arcenes de calles y carreteras hacia sus lugares de
trabajo o volviendo de ellos. A mí siempre me recogen en coche. A ningún blanco
lo veo caminar, salvo en zonas residenciales. Cuando pregunto a mis colegas,
responden que en Joburg conviene disponer de vehículo: el transporte público es
inexistente. En realidad, omiten que, salvo en las rutas turísticas, hay
autobuses y taxis negros -así los llaman- que no se detendrán a recogerme
porque van hacia los suburbios donde viven precisamente los negros, lugares
donde no pagan por el agua ni la electricidad, los mismos suburbios de donde
emigraron cuando acabó el apartheid para acabar años después regresando a ellos
porque vivir como blancos cuesta un dinero del que no disponen (así me lo
explicaron). Entonces les pregunto por los tiempos de la segregación racial,
pero inequívocamente me dicen que, en realidad, siempre hubo mezcla entre
negros y blancos salvo en los lugares dominados por los afrikáner. Ellos, los
de raíces británicas, se limitaban a seguir las normas. Si efectúo la misma
pregunta a mis colegas negros, se encogen de hombros.
En algunos establecimientos se puede ver un letrero por
el que se prohíben las armas de fuego. Esto es África. Mis colegas aseguran que
la violencia ahora es la misma que hace veinte años, porque este país está
gobernado por corruptos que apenas hacen nada para reducir las enormes
desigualdades sociales existentes. Quizá se hayan acabado las barricadas, pero
en algunas esquinas te pueden asaltar con una pistola si llevas un portátil o
vislumbran dinero en el bolsillo. Colijo que vivir en Joburg parece peligroso y
decido no salir del hotel más que lo imprescindible y nunca solo. Quizá sea
solo aprensión mía.
No muy lejos de aquí, en plena ciudad, hay una
reserva de leones. Si lo pienso con detenimiento, me convenzo de que se trata
de los únicos seres que han podido vivir felizmente en esta región del mundo
tan bella como controvertida.