martes, 31 de marzo de 2015

La tierra de los leones

Les escribo desde Johannesburgo. Joburg, como la llaman los blancos. Una de las ciudades más grandes del mundo, surgida alrededor de una mina de oro. La ciudad donde vivió (y se recuerda a) Nelson Mandela. La ciudad donde todos sus árboles han sido plantados uno a uno por el hombre. Algunos dirán que aquí fue donde España ganó su Mundial de Fútbol...
Desarrollo la actividad que me ha traído hasta aquí a pocos kilómetros del Aeropuerto Internacional Tambo. Cada día veo docenas de negros que caminan por los arcenes de calles y carreteras hacia sus lugares de trabajo o volviendo de ellos. A mí siempre me recogen en coche. A ningún blanco lo veo caminar, salvo en zonas residenciales. Cuando pregunto a mis colegas, responden que en Joburg conviene disponer de vehículo: el transporte público es inexistente. En realidad, omiten que, salvo en las rutas turísticas, hay autobuses y taxis negros -así los llaman- que no se detendrán a recogerme porque van hacia los suburbios donde viven precisamente los negros, lugares donde no pagan por el agua ni la electricidad, los mismos suburbios de donde emigraron cuando acabó el apartheid para acabar años después regresando a ellos porque vivir como blancos cuesta un dinero del que no disponen (así me lo explicaron). Entonces les pregunto por los tiempos de la segregación racial, pero inequívocamente me dicen que, en realidad, siempre hubo mezcla entre negros y blancos salvo en los lugares dominados por los afrikáner. Ellos, los de raíces británicas, se limitaban a seguir las normas. Si efectúo la misma pregunta a mis colegas negros, se encogen de hombros.
En algunos establecimientos se puede ver un letrero por el que se prohíben las armas de fuego. Esto es África. Mis colegas aseguran que la violencia ahora es la misma que hace veinte años, porque este país está gobernado por corruptos que apenas hacen nada para reducir las enormes desigualdades sociales existentes. Quizá se hayan acabado las barricadas, pero en algunas esquinas te pueden asaltar con una pistola si llevas un portátil o vislumbran dinero en el bolsillo. Colijo que vivir en Joburg parece peligroso y decido no salir del hotel más que lo imprescindible y nunca solo. Quizá sea solo aprensión mía.
No muy lejos de aquí, en plena ciudad, hay una reserva de leones. Si lo pienso con detenimiento, me convenzo de que se trata de los únicos seres que han podido vivir felizmente en esta región del mundo tan bella como controvertida.

viernes, 20 de marzo de 2015

Hacienda somos casi todos

Publicaban los diarios una afirmación proveniente de un informe de la Agencia Tributaria en la que ésta aseguraba al juez que instruye lo de Gurtel que, como sucede en Cáritas y organizaciones similares, el PP está exento de pagar impuestos por los fondos ilegales que recibe aunque tenga conocimiento de su procedencia. Lo de comparar al PP con Cáritas o la Cruz Roja no deja de ser cómica evidencia de la altura moral que creen poseer algunos de los altos cargos de nuestra autoridad fiscal, colocados ahí por su afinidad política con el Gobierno, como denuncian algunos inspectores, y seguramente enardecidos por tener que contestar a un juez (los jueces últimamente se empeñan en molestar mucho a estos señores del fisco), algo que les ofende muchísimo. Pero transmitir su renuncia a pedirle cuentas al partido del Gobierno, cuando resulta que a usted y a mí nos buscan las vueltas en todas las costuras ante cualquier nimiedad, no digamos ya si es usted famoso o aparece en los periódicos o es crítico con el Gobierno, resulta del todo indignante.
Me asalta la duda de si en la Agencia Tributaria se les están olvidando las razones por las que fue creada en tiempos de Borrell. Poco a poco la razonable duda pasa a convertirse en angustiosa afirmación, porque algunas cosas que suceden en esa casa dan para mucho pensar. Por ejemplo: observe usted el trato exquisito que le dispensaron a los defraudadores de aquellos miles de millones de euros que fueron olvidados audazmente en cuentas suizas o andorranas: ya saben, paguen una miaja y queden todos absueltos (porque fue en efecto una miaja lo que Hacienda recaudó con la dichosa medida, como ellos mismos reconocieron después), medida graciosa de la que hasta el ex tesorero del partido del Gobierno se benefició para regularizar su situación personal.
Qué quieren que les diga: a mí me apena saber que en vez de un organismo serio y preciso, en España disponemos de una autoridad fiscal metida en chapuzas comunicativas, legislativas e incluso operativas. Luego dirán los políticos desde sus tribunas que en España existe igualdad ante el fisco y que se persigue el fraude con equidad y rigor. Pero cuando se les pregunta por sus innumerables escándalos y las muchas corrupciones no dejan de vomitar excusa tras excusa, casi siempre con pose de indignación, cuando no encendidas arengas sobre el respeto a la justicia y a la presunción de inocencia y, cómo no, sobre su total y abnegada responsabilidad, cosa que por otra parte nunca sirve para nada. 

Están todos embarrados hasta las canillas. La política necesita mucho más dinero del que provee el BOE y eso lo saben ellos y lo saben sus clientes, que no somos ni usted ni yo. Luego se extrañan de que la gente dé la espalda incluso al fisco...

viernes, 13 de marzo de 2015

Estado del arte

La cultura apareció como una metáfora hortícola. Algunos descubrieron que esa entelequia llamada espíritu se podía cultivar y sacar de él algo mejor que la contemplativa existencia de labores y faenas. De ahí, a englobar cualquier capacidad humana, medió un tramo: otro más hasta que el arte (que ya existía muchos siglos y milenios atrás) acaba reflejándose en el espejo impoluto de eso llamado cultura. De hecho, si usted acude a los servicios sociales que presta su consistorio, encontrará en ellos uno denominado con cierta rimbombancia “Ocio y cultura”, donde será informado de cosas tan variopintas como un concurso de salsa y una exposición de pintura: todo en el mismo panfleto. El arte ha quedado fagocitado dentro de la cultura. Craso error. Por eso conviene delimitar nuevamente los territorios de uno y otro, como cuando la cultura no existía. La gastronomía no es arte, aunque muchos se empeñen en hablar de arte culinario y no de cultura gastronómica. Y la guerra, por supuesto, no es arte, salvo en el libro de Sun Tzu.
Esta mezcolanza surge en el momento en que el arte deja de interesar como estricta manifestación estética producida por las inquietudes intelectivas del ser humano, para devenir en poco menos que una manifestación simbólica cualquiera. Desde ese momento da lo mismo contemplar una pintura de Rubens que las crestas de un colectivo urbano: todo es cultura y, por ende, arte (porque el arte es parte de ese todo). El arte se convierte en algo popular, lo cual no es malo salvo que se generalice, que es lo habitual: el individuo postmoderno tiende a desacralizar cualquier manifestación sublime; lo estético, siempre tan minoritario, ve reducido su valor inmaterial a un vulgar derecho a opinar y a una ridícula manifestación sobre la multiplicidad de gustos. Algunos lo llaman socialización del arte, una manera más bien patética de relativismo; pero es simple y llanamente, vulgarización.
Hay que volver a hablar de arte, no de cultura. Y defender el arte y fomentarlo. La sociedad y los políticos están ya continuamente ideando maneras de fomentar la cultura. Pero el arte, ¡ay!, lo han industrializado de una manera tan atroz que extraerlo de las catacumbas donde se encuentra puede suponer esfuerzos ímprobos. ¿Han oído hablar del Ministerio de Cultura? ¿Saben los parámetros por los que allí se conceden las ridículamente escasas ayudas a la creación artística? ¿Y saben qué proyectos se financian? Mírenlo y me cuentan.

viernes, 6 de marzo de 2015

Linchamientos a patadas

El joven de Talavera que hace caer de una patada a una chica (asunto visto por miles de personas en internet y en la tele) no es sino uno más de los muchos tontos que en el mundo hay, esos que emergen con estrépito tras beber demasiado, o quizá suceda que beben demasiado para luego poder hacer gamberradas tan estrepitosas como esa. En cualquier caso, él es un tonto integral que acaba de conseguir ser famoso en Google, con nombre y apellidos.

La consecuencia primera del famoseo adquirido de manera tan innoble como vergonzosa es el “escrache” al que se ha visto sometido desde entonces, por denominar de alguna forma a esa especie de linchamiento digital que están practicando muchos al infortunado tontaina. Claro que no es el único caso: los hay a cientos. Y a miles. Y a millares. Un ejemplo: hace unos días un twittero que osó criticar (no muy consideradamente) las ayudas a enfermos de Hepatitis C, se vio bombardeado por más de 50.000 insultadores contumaces sin ánimo alguno de debate. Todo esto viene explicado si atendemos que el mundo de las redes sociales no es solo el del intercambio de información u opiniones: es también el mundo donde anidan las turbas encolerizadas, justicieras, ávidas de venganza, que se azuza con el más leve comentario (no solo mediante agresiones volcadas en YouTube) con una dialéctica que se basa solo en la invectiva y el improperio (a veces revestida de pseudo-intelectualidad), que se excita y vigoriza hasta arrasar por exceso cualquier signo de civismo. La patada del tonto de Talavera debiera haber concluido en una multa y petición de perdón a la agredida, nunca en algo tan vulgar y ramplón como amenazas de horca sin soga.

Las masas vociferan porque, individualmente, son miedosas (uno solo difícilmente se atreve a alzar la voz por temor a ser ignorado o a ser objeto de una réplica mucho más ácida) o carecen de argumento sólido y convincente (salvo que uno se declare versado sofista). Además, en internet sucede algo curioso: las masas gritan al unísono creyendo estar haciéndolo individualmente. Quien criticó las medidas sobre la Hepatitis C encontró en su buzón tres mensajes dialogantes de cincuenta mil: el 0,006% de los remitentes. Si esto fuese una base sociológica contrastada, uno concluiría que en España solo hay 275.000 personas dialogantes y el resto, vocingleros mediocres y fanáticos.

Quedo expectante por ver en qué derivan los comportamientos de internet (alguno he sufrido en mis propias carnes). ¿Seremos capaces de acotar la irracionalidad y el relativismo? ¿O derivarán estas hacia un estado anárquico al margen de las leyes y las convenciones rousseaunianas? No lo sé, no estoy seguro de lo primero, quizá ya vivamos inmersos en lo segundo.