jueves, 30 de abril de 2015

Negociaciones fallidas

Roosevelt alertó contra los oligopolios y la especulación, pero no hemos aprendido nada desde entonces. Hace tiempo que el juego empresarial más lucrativo consiste en utilizar el BOE como fuente de ingresos o como plan B. De ahí el fenómeno de recolocación de políticos (las famosas puertas giratorias) y los asesoramientos orales. De ahí la facilidad con que los inversores convencen a los gobiernos de la obligación que tienen de subsanar sus desastres. Usted monta un negocio para poder vivir y, si le sale mal, se va al carajo. Ellos montan su tinglado para forrarse y, si les sale mal, piden sin esfuerzo a los estados que les sigan haciendo de oro. No solo hay milagros en el palco del Bernabéu.
Dicen ahora que las negociaciones helenas con Europa van mal. Que Tsipras fracasa y Varoufakis merece escarnio. Dicen que la solución son las dichosas reformas estructurales que todos llevan tiempo aplicando sin demostrar que sirvan para gran cosa salvo masacrar a una generación completa, o dos, de ciudadanos (el tiempo lo verá). En realidad, estamos fracasando los ciudadanos. Estoy convencido de que no existe absolutamente ninguna manera de hacer que nuestros gobernantes opten por formas distintas para salir de este agujero negro en el que nos hemos convertido. Los acreedores bancarios mandan, y mandan mucho, y ningún político es capaz de llevarles la contraria o intentar algo distinto. Y si lo hubiera (Varoufakis) tiene enfrente a todo el sistema para impedirlo. La única opción es: más de lo mismo, pero a ver si de otra manera sacamos un trato mejor para los de a pie… En España ese más de lo mismo con un toque de mejor estilo se llama Ciudadanos (y que conste que lo suyo suena muy bien). Y la tropa utópico-anárquica contra las huestes capitalistas se llama Podemos (y que conste que su discurso suena muy mal).

¿Democracia? Dictadura sin contemplaciones, diría yo. Y dictadura asumida. Muchos ciudadanos de a pie defienden la conveniencia de seguir los consejos y dictámenes de esas aves de rapiña que se inventaron la austeridad para todos menos para ellos. En el mundo unos son indignados y otros no. Algunos, como me sucede a mí, no sabemos salir del desconcierto y un día nos levantamos con coleta, otro día tenemos sonrisa dentífrica, al siguiente nos ajustamos los óculos del ministro de finanzas y después solo se nos ocurre lanzar un corte de mangas al aire. Y ese es el verdadero fracaso. No saber intentar (o votar) nada nuevo.

viernes, 24 de abril de 2015

La repera

Que un conspicuo mandamás hable de “la repera patatera” en relación a secretos casos de contribuyentes en boca de todos (aunque de momento solo se sepa lo de Rato), es una prueba más de la desasosegante llaneza que actualmente parece anidar en los más egregios despachos administrativos y gubernamentales (hago esta separación por aquello de que la Agencia Tributaria no depende del gobierno: ¡ja!). ¿Se creen nuestros próceres más “cool” por emplear expresiones tan desafortunadas? Uno entiende que la reoca haya pasado de moda, pero ese batiburrillo coloquial se me antoja asaz desafortunado en sede parlamentaria.
Hacía mucho que no escuchaba yo lo de “patatero”. De hecho, creo que la última vez fue, realmente, como una divertida mutación: “cero zapatero”. Eran los tiempos (hoy despreciados) del “buenismo” y las alianzas civilizadoras de don José Luis, cuando el tren marchaba a toda máquina sin que nadie observase que las vías se hallaban destrozadas un poco más adelante (no hay más ciego que quien no quiere ver, que dice el refrán popular). Tampoco sé muy bien lo que quiso decir el señor Menéndez: le asociaba yo a ese palabro un sentido presumiblemente distinto al que trató de transmitir. Pero fuese así o de otro modo, la única certeza que obtengo sobre todos estos edecanes de la cosa pública es lo mucho que les gustaría largar cual cotorras lo que callan no por convicción, sino porque les obliga la ley.
“Ay, si yo pudiera contar y tú escuchases”, parecía señalar el jefe de la poderosa Agencia Tributaria. “Ay, qué ganas de decírtelo todo y no puedo”, se lamentaba el alto prócer cuando, realmente, estaba exclamando “chincha y rabia, que yo sí lo tengo todo y tú no”. Pues chincha tú, y rabia tú, que decíamos en mis años infantiles, tan luengos atrás en la distancia. Es absurdamente contraproducente alimentar la saña del ciudadano, o la ambición de los medios por desvelar (¿con qué método?) el contenido de la dichosa lista secreta. Lo único que puede lograr es que, los de a pie, desconfiemos aún más de un organismo que debiera permanecer por encima de las intrigas palaciegas de sus gerifaltes.
Para acabar: lo de Rato. Qué quiere que le diga: esas cosas no deberían hacerse así. Es mi opinión. En particular me tiene espeluznado el tan traído cogotazo. ¿A eso se dedica ahora la policía, a emular chulescamente a las series yanquis donde los maderos agachan la cabeza de los malos cuando los meten esposados en el coche patrulla?

viernes, 17 de abril de 2015

Paseando por Bruselas

Anoche paseaba por la Grand Place de Bruselas, ensoberbecido por los murmullos de la mucha gente que, aprovechando los 25 grados de temperatura, había aprovechado para anegar todas las calles del centro, todos los rincones y todos los bares también. Bruselas es un lugar fantástico cuando reina el buen tiempo, pese al elefansíaco entramado comunitario que todo lo llena y tan aburridamente se desempeña.

Luego supe que por aquí había pasado nuestro Rey. Y que allí estaba esperando al monarca el líder de Podemos, a quien vi descender del mismo avión que, a primerísima hora, me trajo a estos lugares donde aún se sueña con el Duque de Alba cuando las pesadillas asolan el descanso nocturno. Un tipo menudito, el tal de la coleta. Lo primero que pensé al verle tan fugazmente es que llevaba el semblante demasiado serio (supongo que por el madrugón) y que físicamente no tiene demasiada presencia. Pero eso no cuenta, que a los políticos se les caracteriza sobre todo por la dialéctica y el encanto para encandilar a las masas, no por su porte favorecedor o desfavorecedor. Aunque supongo que todo ayuda... Decían los diarios que el republicano había ofrendado al monarca con los vídeos de esa serie que nunca he visto y de la que todos hablan ("Juego de Tronos"), acaso porque favorecemos  la fantasía frente a las realidades de la Historia, que si de intrigas y poder hablamos, nada como echarle un buen vistazo a las usanzas de Isabel de Castilla (de quien también han realizado otra serie de TV que tampoco he visto). Muchos políticos actuales, tanto los viejos ya como los otros más bisoños y jóvenes, mucho habrían de aprender de la inteligencia y astucia desplegada por las leyendas que pueblan los siglos pretéritos...

En Bruselas siempre tengo la impresión de estar inmerso en una irrealidad dominaba por tecnócratas y sin conexión alguna con el mundo que vivimos los demás. Por eso me alegra que una espontánea se atreva a lanzar confeti a Mario Draghi, ese hombre imperturbable que lo mismo preside el mayor de los horrores financieros, imparte lecciones a diestra y siniestra desde el BCE, o atenaza los gaznates de todo un país para escarmiento de propios y extraños. El confeti no ahoga, no exhausta, solo tiene un objetivo simbólico, algo de lo que carecen estos dragones sofocantes que rigen nuestros destinos.

Luego, a la entrada de un pub en pleno centro de Bruselas, dos tipos alcoholizados pretendieron besarme. Es obvio que la sombra del Duque de Alba hace tiempo que se desvaneció...

viernes, 10 de abril de 2015

Hablar muy mal

Cada mediodía, en el vestuario del gimnasio adonde acudo para sudar rutinariamente durante 90 minutos, me encuentro con chicos jóvenes trajeados (aunque resulta condenadamente difícil encontrar a un profesional al que le siente bien un traje: la mayoría se limita a vestir con el mayor convencionalismo negro o gris posible, buscando uniformidad antes que idiosincrasia) que, como yo, deciden mirar por su salud. En cierta ocasión, hará cosa de un mes, más o menos, me quedé escuchando con suma discreción lo que se contaban dos de ellos, colegas del trabajo sin duda, a quienes tengo por los más dicharacheros del centro deportivo (no son como yo, fiel reflejo de misantropía social).
Creo que la conversación de marras versaba sobre informes de algún tipo de consultoría. Reproduzco a continuación las primeras frases del diálogo que cotillamente escuché: “Estaba de puta madre, hay que tener huevos para hacerlo de cojones. Yo estaría follado si me piden una putada tan jodida”. A partir de ahí, dejé de escuchar, más horrorizado que avergonzado. En días sucesivos repetí las escuchas. Los temas siempre variaban: las palabras nunca.
A veces suelen decirme que hablo de un modo pedante. En realidad, no porque quiera yo fingir superioridad alguna sobre otros hablantes: simplemente porque no hago casi nunca uso de “palabrostias” (perdonen la hache intercalada y omitida). Pero es cierto que me abruma la extendida vulgarización del habla. Uno no se vuelve así solo por usar con exceso palabras malsonantes: también por renegar de la aportación de matices con maneras tan bastas. Y tanto se reniega hoy en día que parece imposible encontrar a dos personas capaces de hablar entre ellas con un mínimo de civilizada delicadeza idiomática.
Quizá esté yo equivocado. Quizá valga con decir que la Sinfonía Nº 3 “Rembrandt” de Cornelis Dopper está de puta madre, o que el Magnificat de Luis de Victoria es cojonudo. Total, el relativismo en este mundo postmoderno conlleva consecuencias y la balcanización lingüística es una de ellas. Pero creo que no estoy errado. De todos modos, sí puedo entender un taco cuando uno se golpea el pulgar con el martillo que habría de golpear el clavo (ocasiones en las que cabe decir “me cago en los cojones del pato de Mahoma” mientras se da saltos de dolor y amargura), como también entiendo el cariz humorístico de quien dice aquello tan viejo de “Cristo anduvo jodido, pero al final andó sobre las aguas del lago”. Lo otro, no.