domingo, 24 de mayo de 2015

Deudas y futuro

Me comentaban desde una reputada empresa madrileña de gestión inmobiliaria (reputada significa que si usted dispone de unos ahorrillos y se pasa por sus oficinas con vistas a una pequeña inversión, le echarán sin remilgos) que lo que abunda ahora es el "inversor a rentabilidad". Adquieren inmuebles con la condición de que, desde el primer día de posesión, exista un arrendatario con contrato de cinco a diez años de alquiler. Eso es aversión al riesgo, lo demás son zarandajas. En mi pueblo significa no fiarse (o fiarse un poco, sabedores de que en algún otro punto del globo el dinero renta mucho más despreocupadamente). 

Cuando el dinero no arriesga, la economía se frena. Y ahí yace mi principal temor, que no parece afectar a los gobiernos de taifas ni a los ayuntamientos. Por supuesto, tampoco le afecta a Rajoy, "el impasible", ese señor avejentado, sin complejidad en el verbo, que repite estos días sin cesar lo afortunados que somos todos por estar él, solo él, sentado en la poltrona del poder, aunque no lo queramos entender así. Supongo que una parte de mis miedos reside en los máximos que viene alcanzando la deuda pública de este país, por ejemplo. Más de 1,4 billones de euros, según el Banco de España, es suficiente motivo para desquiciarse. Pero ninguno parece desquiciado por ello: no dejan de repetir su defensa aguerrida por el empleo, las pensiones, la vivienda, la educación o la sanidad, pero entiendo yo que ninguno de estos capítulos justifica la galopante deuda de la totalidad del Estado (incluidos taifas y ayuntamientos). 

Esa monstruosa cifra, alguien la sostiene: a alguien pagamos los intereses. A estos inversores, que tanto nos confían su dinero, como les dé por estornudar y pensar que en España hace demasiado frío y que aún no se han encendido los braseros, nos devueven a la UVI de la que Rajoy se ufana de haber derrotado durante nuestra convalecencia. Yo, que no soy uno de tales inversores, pero que sufro sus neumonías, intento dilucidar cómo se debería haber gastado ese préstamo para conseguir un futuro con menos paro y más bienestar general, aunque exija sacrificios. Y si echo la vista a lo realizado, no veo nada que lo asegure. Solo la defensa de las elites económicas y de los oligopolios.

¿Cambio de modelo productivo? ¿Educación para el futuro? ¿Desempobrecer la clase media? ¿Luchar por extinguir el paro? Si lo medito otro minuto, concluyo que todas las respuestas que he oído en campaña dicen lo mismo: no.