jueves, 14 de mayo de 2015

Pollos tecnológicos

Aunque no lo advirtamos, vivimos en un mundo atroz, donde los pollos con que nos nutrimos son sometidos a una alimentación desmesurada que provoca su crecimiento acelerado y, en consecuencia, múltiples deformidades: los huesos no llegan a desarrollarse, las patas no aguantan el peso del cuerpo. Los pollos que comemos no pueden dar ni dos pasos. Además, con la alimentación se les suministra antibióticos, de modo que acaban generándose nuevas bacterias, resistentes a los antibióticos, causantes de nuevas enfermedades, algunas de las cuales, como la gripe aviar, pasan al ser humano. 

Aunque no nos demos cuenta, vivimos en un mundo aparatoso y gris, donde las personas subsistimos asfixiadas por la comunicación constante, instantánea, carente de contenido, orientada al entretenimiento, a la formulación de banalidades y opiniones más o menos líquidas, a la necesidad inherente de demostrar que existimos (especialmente a quienes no se encuentran en el círculo más íntimo; un conjunto que de repente ha cobrado inusitada importancia). 

Aunque no lo sepamos, o precisamente por saberlo, la tecnología en lo social ha acabado poseyendo tal predominio que lo apisona todo, llega a todas partes: es el vínculo entre el pollo deforme y la asfixia vital. Lejano queda ya el ciudadano reflexivo, silente, pasivo en la creación y activo en la recepción. Lo que urge ahora es conectar, una y otra vez, todo el tiempo incluso, bajo cualquier pretexto, en cualquier ocasión, para no acabar diciendo absolutamente nada. 

Y aunque no lo percibamos, o aunque incluso nos manifestemos furibundamente en contra, todo ello hace que vivamos en un mundo incoherente e incapaz de armonizar su desarrollo. Pese al griterío de las redes sociales, las muertes de inmigrantes en el Mediterráneo, las hambrunas, las guerras, la pobreza… todo aquello que afecta íntimamente al ser humano no halla más respuesta que la indiferencia o la resignación, cuando no la oposición más hostil, porque ocuparnos de todo eso (siquiera simbólicamente, tampoco la complejidad del sistema permite mayor intención) nos distraería de nuestro verdadero propósito: cebarnos sin mesura ni sentido, ni tan siquiera necesitamos fingir para que no nos vean como seres vulgares y egoístas. 

Somos pollos engordados artificialmente, no podemos dar dos pasos. Vivimos embutidos en una comunicación estéril que nunca se calla, como en campaña electoral. Tanto hablar, tanto comunicar… y tan poco que decir.