domingo, 14 de junio de 2015

El himno, los pitidos y las monjas

Estarán aún que trinan en Bilbao por caer frente al Barcelona. ¿Fueron ustedes por allí antes del evento? Yo solo vi banderolas y pancartas por todos lados: la ciudad entera se había convertido en forofa. Huelga decir que no sirvió de nada. Esto del balompié tiene mucho más misterio que las comunicaciones del FMI, que ya es decir.

El caso es que en aquel partido hubo pitidos y no sé cuántas cosas más en el momento de escucharse el himno nacional. Artur Mas sonrió satisfecho (pocos motivos le quedan ya), y al día siguiente tiempo les faltó a los de siempre para poner a parir a quienes pitaron, a quienes acudieron y a quienes pasaban por allí de casualidad. Léase: para algunos dos equipos de dos regiones nacionalistas, enfrentados en un dizque deporte, no dirimen entre ellos la victoria o la derrota: sirven de vehículo a la protesta y excusa de medio pelo a las huestes cavernícolas que saben azuzarse solitas con cualquier medianía.

Con lo bien que se vive sin himno ni bandera ni zarandajas. Lo primero, uno se evita bochornos como ese. ¿Por qué voy yo a quemar o escupir la ikurriña si la veo y solo me parece un trapo (bellamente cuidado) que hondea al viento? ¿Por qué habría de pitar al escuchar la cancioncilla de los segadores, si ni siquiera me gusta su música? Lo segundo, algunas formalidades anacrónicas tienen que irse disipando para dar lugar a otras más modernas. El rey no es un señor proclamado como tal por mandato divino, sino un ciudadano proveniente de raíces mejor conocidas que las mías, a quien las vueltas del destino le han colocado en representación de este país de interminables conflictos que aborrece estar en calma. ¿No hubiera sido más justo que hubieran sonado tres himnos en lugar de uno? ¿Acaso el rey no ha de asumir como propio los himnos de todas y cada una de las taifas que gobiernan este trozo de la península? Quizá hubieran pitado lo mismo durante el himno de España, pero al menos se hubiera evidenciado con mayor claridad la berreá de los ciervos que allí se reunieron, en celo por sus colores.

Ya siento parecer tan irrespetuoso. Pero entre el negocio nacionalista y la sandez tardo-franquista, unos y otros comienzan a tentarse a través de la mira telescópica y no parece que esto vaya a cesar. Antes me divertía no poder tomar a ninguno de los contendientes en serio. Hoy me espanta que se hable de monjas a la carrera, encoñadas sin rubor alguno por patriotas de vía estrecha. Tremendo.