viernes, 5 de junio de 2015

Sensualidad perdida

Lo leí no hace mucho, en un artículo dominical, de esos que acaban perdidos en la pila de diarios atrasados o en la basura de los lunes. Con una prosa melancólica y afín al siglo XIX, el autor, un hombre maduro, se lamentaba de una ausencia por él mismo provocada tiempo atrás. Tal ausencia llevaba nombre de mujer y trazas de melancolía impregnada en mucha sensualidad.
El autor refería sucesos de una etapa pasada de su larga y dilatada vida: cómo en dos ocasiones distintas hubo de toparse con aquella mujer, en ambas de muy distinto modo. La primera, desde el silencio, sin atreverse a decir nada (conocido es que en esto de las pasiones algunos hombres reaccionan con una timidez vertiginosa e inmanente). En la segunda, en cambio, aturdido porque había sido ella quien propició el encuentro tras una búsqueda meticulosa, el autor cuenta que se abandonó a seguir el curso de la vida incluso contra los vientos y mareas de sus prejuicios.
Declara el autor cómo vivió aquel erotismo brutal con sensaciones encontradas: por una parte, la sensualidad de aquella mujer excepcional, que le desbordaba; por otra, que cuanto más emergían el deseo carnal y la locura, más el miedo sepultaba su raciocinio: miedo a estar yendo a un lugar desconocido, a convertirse en aquello que siempre rechazó, a abrazar una fe nunca antes profesada.
Al final, la controversia se disipó con la peor de las decisiones: hundió su vida en el fango de la lógica y rechazó a la mujer. Cuando escribe el artículo, años después, el autor lo hace desde la melancolía y la resignación. Es evidente que, pese a todas las justificaciones, dentro de sí mismo refulgía la evidencia del error capaz de remover las entrañas en el futuro y las consciencias en los tiempos pretéritos.

Ignoro lo que le parece a usted, pero en mi interior esta clase de historias tienen algo de parábola, de fabulación, de cuento esópico, y por eso me hacen sentir nostálgico, necesitado de algo capaz de acabar con la desesperanza que generan. Porque estas historias son como una alerta que interponen otros testigos de la vida para, en nuestro ciego deambular, encontrar más fácilmente luz dentro de la oscuridad del pensamiento: una luz muy sencilla y frágil, la de las emociones interiores (el amor, la pasión, el miedo, la desesperanza), la luz que permite experimentar con todo aquello que, otrora, dejamos de lado, y que, ahora, nos remuerde muy adentro, aunque no sepamos la causa precisa para ello...