El sustantivo del título quizá sea lo más interesante del tinglado de la independencia catalana. Desconectar. Pero, ¿se refieren a como se desconectan los tubos que mantienen a un enfermo aferrado a la vida, o como se desconecta la luz de un inmueble por impago? Ambos ejemplos suscitan inquietudes diversas… De igual modo, lo desconcertante es comprobar los motivos por las que un pueblo, o buena parte de él, decide pensar en deshacerse de todos los vínculos que lo han mantenido integrado en un país. No mejorar, ni ampliar, ni modificar. Eliminar. Lo que ya no me desconcierta en absoluto es que las políticas de quienes más voz y responsabilidad parecen disponer se hayan orientado justamente hacia la corriente independentista, porque es cierto que la apatía perezosa del Estado ha confeccionado un camino estupendo para ser recorrido…
Hace tiempo que yo me desconecté de la Cataluña independentista. De la nacionalista, no. Sería injusto privar a nadie de la defensa de los propios intereses dentro del juego político constitucional. Pero la independencia no es un juego. Es el delirio, la exacerbación de lo onírico y fabuloso, la negación de la Historia, el rechazo al presente: es puro nihilismo, en una palabra. Se ha revocado la necesidad de la unión como forma de mejor encarar los problemas (sencillamente porque los problemas han dejado de incumbirnos como individuos), para dar paso al diseño de sociedades más pequeñas y a priori más coherentes con una Historia compuesta y descompuesta en demasía. Y es todo esto a lo que concedo escaso valor, muy marginal de tener alguno. Como resulta que sí creo en la verosimilitud de los países fuertes y cohesionados, la opción del independentismo, aparte de resultarme una incógnita, me parece una amarga insensatez.
De revertir esta situación de estupidez supina, empezaría por la indolencia del propio Estado: parece no querer encontrar remedio a sus intrínsecas enfermedades (con su Presidente al frente como único responsable de tan infinita incompetencia). Y, acto seguido, la exaltación del odio y el desprecio que padecen los gerifaltes catalanes: dudo que les hayan elegido para desconectar, sino para gestionar, por eso su búsqueda es antes un acto de tiranía que una decisión de soberanía del pueblo. Y como me temo que ninguna de estas dos atrocidades se van a resolver antes de septiembre, quizá lo más sensato sea desconectar nosotros de todo ello por un tiempo, ahora que el verano invita…
viernes, 31 de julio de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
Las políticas sociales y el fin (del mundo)
Los titulares de prensa arrecian con las proclamas de
quienes tratan de camelar a la clase votante para mayor gloria de sí mismos durante
la recolección en las urnas. ¿Piensan ustedes que esos vocingleros de vía
estrecha tratan de empujar la ilusión del pueblo hacia el objetivo de crecer,
de crear, de subir, de convertir esta descuartizada nación en un lugar de
prosperidad, emprendimiento, justicia y libertad? Y un cuerno. Los contenidos
de todos ellos, casi sin excepción, pasan por eso tan rutilante que se ha
venido en llamar “políticas sociales”: dicho en plata, gastar excesivas
cantidades del dinero de los impuestos en dar y repartir, en lugar de promover acciones
que generen riqueza.
Dirá usted que hay millones de personas en situación
angustiosa, en exclusión social, y que todo dinero es poco. Dirá usted que no
es justo que un solo niño pase hambre. Y dirá bien. Pero yo le voy a responder
que repartir la miseria no librará a nadie de su actual angustia ni creará un
solo puesto de trabajo, salvo algún funcionario o cosa parecida. ¿Acaso no hay
mejor forma de emplear los 6.000 millones de euros que cuesta la genialidad del
mínimo vital que quiere introducir ese señor del PSOE que nadie sabe de dónde
ha salido? Ya el omnipresente de la coleta advierte de la muchísima pobreza que
hay en este país: porque uno sale a la calle y, claro, lo único que contempla
es eso, miseria y ratas por la calle, y gente muriendo de hambre sobre las
aceras o rebañando de los estercoleros...
¿No éramos ese país que hace tan solo una década
pretendía hablarles de tú a tú a los más egregios dirigentes del orbe? ¿Cómo ha
sido posible que tan rápidamente se haya convertido todo en el actual erial que
nos vociferan estos visionarios de tres al cuarto, mensajeros del miedo y de la
ruina, despreocupados de cualquier idea que suponga arrearle un buen empujón a
la iniciativa privada o a la libertad de los individuos¿ ¿Por qué estos frikis parecen
haber convencido de la proximidad del Apocalipsis a tan amplio espectro de la
población? ¿No será que al final, como es habitual, habrá que concluir que tenemos
los gobernantes ramplones que nos merecemos?
Que el modelo de vida que nos traten de imponer sea
la renta universal básica, habla poco y muy mal de nosotros. Este país no se
resquebraja por las tensiones independentistas. Se hace añicos porque los
líderes políticos venden, con éxito, el reparto de la pobreza como eje vertical
de sus programas.
viernes, 17 de julio de 2015
Hoy sí hablo de Grecia
Nunca he logrado comprender las negociaciones que
emprendió en su momento Varoufakis, tan defenestrado por sí mismo y sus
incongruencias que, en plena apoteosis de rabia (diría, catarsis), ha
sentenciado que el rescate heleno es una edición renovada del Tratado de
Versalles, donde la Alemania derrotada fue humillada a pagar costosas
compensaciones. Toda esa bobada que escribe de golpes de Estado perpetrados con
bancos es una idiotez supina que, a aunque a mucha gente le parezca una
brillante metáfora de la situación, no deja de ser demagogia de último recurso.
¿No es a esos pretendidos golpistas a quienes el propio Varoufakis quería que
le concediesen dinero en condiciones de amigo íntimo?
Lo peor en esta vida es tener una alta consideración de
sí mismo. Bien sea por lo intelectual, lo monetario, lo anatómico o cualquier
otra razón. Porque en cuestión de consideraciones, la unión hace la fuerza, y
los gobiernos europeos, unidos, pueden destrozar las arrogancias de cualquier
petulante. Como ha sucedido. Y menos mal, porque el profesor de economía de la
teoría de juegos ha pretendido jugar impunemente con el destino de toda una
nación sin atender otra cosa que las turbulencias de su brillante cráneo.
Lo de Tsipras, el jugador líder, con mando en plaza, es
caso aparte. La realidad financiera de su país ha acabado por arrollar su
temeridad. ¿No dicen que celebró un referéndum? ¿No votó el pueblo en contra de
lo que, veinte minutos más tarde, aceptó sin pestañear? ¿Usted lo entiende?
Porque yo no, se me escapan las nociones básicas de cómo ser político estilo
siglo XXI en un país hundido hasta la cerviz en su deuda. O quizá sea que, en lo
que Castro definió como “deberse los unos a los otros sin excepción”, los
faroles y cuentos no sirven, solo sirve tener buen bolsillo con dinero. Y
Tsipras no lo tiene.
No me da igual lo que le pase a los griegos, pero sí me
importa poco el destino de estos trileros que, sin coleta y algunos con calva,
han pretendido convertir una ideología de cacerolada y plaza del pueblo en un
argumento superior a la de sus acreedores. En el ideario de los Tsipras y
Podemos que en el mundo son, la deuda no existe y los créditos se pueden echar
al fuego porque no pasa nada (auditoría popular, lo llaman). Lo que sucede
realmente es que son ellos los que finalmente acaban ardiendo en dos hogueras:
la que le preparan los que les ayudan, y la que preparan sus acólitos, por traicionarles.
Al loro, Pablito.
viernes, 10 de julio de 2015
Montes quemados
Me lo acaba de contar una amiga: “pienso dejar de votar
al PP, han aprobado una ley en el Congreso que permite urbanizar montes
quemados sin esperar 30 años”. Mi amiga tiene familia y propiedades en Galicia.
Para ella, se trata de una cuestión de pálpito y corazón. Ama los animales, ama
las plantas. No quiere en modo alguno ver cómo sus fincas, por humildes que
sean, emplazadas en pleno parque natural, se vean consumidas por las llamas
para mejor provecho de alguna industria, algún concejal, algún constructor sin
escrúpulos. Aunque oficialista, mi amiga sabe que los escrúpulos son un valor
demasiado líquido que rápidamente adopta el color, la forma y el nombre del
poderoso caballero.
Como siempre, los contenidos de las leyes son perezosamente
inadvertidos. Total, hay tantas, y son tan numerosas e intrincadas, que cómo
vamos a molestarnos los de a pie cuando ni los fiscales son capaces de manejar
tanto enredo… Se trata de una ley, la Ley de Montes, aprobada por el Consejo de
Ministros en febrero. Yo no había oído aún de ella (lo cual me desacredita,
supongo). El meollo estriba en que la ley impedirá a los agentes forestales actuar
en delitos penales y que, por causas de interés público, se podrá urbanizar
terreno calcinado. Desde el Gobierno se insiste en que muchos emplean los
incendios forestales para impedir que expropien sus terrenos, y con esta medida
se evitarán retrasos injustificados. Los agentes forestales y muchas
asociaciones han puesto el grito en el cielo…
No solo se queman los montes por el calor del verano o
las colillas de los conductores. Los montes se queman desde el momento en que
los ciudadanos nos despreocupamos de ellos, alegando que ya se encarga de ese
tema la administración. Sucede con los montes como con los inmigrantes que
atraviesan el Mediterráneo. Que nos indignan las muertes, pero nunca
presionamos lo suficiente a las autoridades y gobiernos para evitarlas. Que nos
repugna la combustión de los bosques y la pérdida de flora y fauna, pero siempre
encontramos motivos para justificar que se trata de asuntos menores,
secundarios, que lo primordial es prestar atención al paro, los bancos y la
corrupción.
Como siempre, los recovecos de la burocracia o la
relevancia subjetiva del legislador van a impedir dispensar claridad a los
asuntos que nos conciernen. Ha pasado antes, y volverá a pasar de nuevo. Los
montes se seguirán quemando y el hormigón acabará prevaleciendo con su pesadez
gris y vacua.
viernes, 3 de julio de 2015
El Califa moderno
La noticia nos estremeció a todos. La matanza de turistas
en Túnez y la decapitación de un ciudadano francés nos devolvió (otra vez más)
el temor hacia lo que se está construyendo en Oriente Próximo. Los análisis
geopolíticos anejos a este horripilante asunto no dejan lugar a duda alguna,
por si todavía hay algún iluso convencido de lo contrario. No se trata
solamente de la vesania de un grupo de terroristas crueles que odian a
Occidente y todo lo que representa: se trata de la solidez con que se está
constituyendo el nuevo estado suní denominado Estado Islámico, y la truculenta
inteligencia de sus dirigentes, con el autoproclamado Califa Abu Bakr
al-Baghdadi al frente de todos ellos.
Pese a las manchas rojas con que se suele identificar las
fronteras móviles de EI en Siria e Irak, es su expansión y dominio en las redes
sociales (generales y propias), donde captan cada vez más adeptos empleando
estrategias de seducción entre la miríada de hombres y mujeres jóvenes con
gravísimos problemas de identidad), una de sus más potentes armas, a la que
habría que añadir la profesionalizada gestión de su imagen, una incuestionable capacidad
experta en guerra tecnológica, un ejército muy bien preparado, y una voracidad
criminal que atemoriza a Occidente y le hace aparecer como un enemigo
imbatible. Esto, de puertas hacia afuera. Porque en su territorio ponen en
marcha políticas sociales muy activas, de manera que no puede afirmarse que nos
encontremos ante una esclavización y represión brutales (limpieza religiosa al
margen) de la población. El yihadismo deviene una cuestión de honor, de héroes,
y no esa terrible lacra cuyo aliento sentimos todos los occidentales en el
cogote.
Evidentemente las artimañas son numerosas. Pero
tremendamente eficaces. Nos resultan impensables porque nosotros ni vivimos
inmersos en las redes sociales ni entendemos que alguien pueda formar su
personalidad adulta sin salir de la habitación, engatusándose con las mareas de
propaganda que arrasan determinados foros y círculos hasta decidir unirse al EI.
Quizá lo más terrible. El Califato da cumplida respuesta a las expectativas
inmaduras de esos jóvenes musulmanes insatisfechos consigo mismos y con los
Estados que les han dado de todo, salvo robustez y fortaleza. Les hemos
desdeñado porque son una ínfima minoría, pero a golpe de minoría hay un loco en
el mundo capaz de aterrorizarnos a todos con solo blandir el nombre de su
organización terrorista.
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