La noticia nos estremeció a todos. La matanza de turistas
en Túnez y la decapitación de un ciudadano francés nos devolvió (otra vez más)
el temor hacia lo que se está construyendo en Oriente Próximo. Los análisis
geopolíticos anejos a este horripilante asunto no dejan lugar a duda alguna,
por si todavía hay algún iluso convencido de lo contrario. No se trata
solamente de la vesania de un grupo de terroristas crueles que odian a
Occidente y todo lo que representa: se trata de la solidez con que se está
constituyendo el nuevo estado suní denominado Estado Islámico, y la truculenta
inteligencia de sus dirigentes, con el autoproclamado Califa Abu Bakr
al-Baghdadi al frente de todos ellos.
Pese a las manchas rojas con que se suele identificar las
fronteras móviles de EI en Siria e Irak, es su expansión y dominio en las redes
sociales (generales y propias), donde captan cada vez más adeptos empleando
estrategias de seducción entre la miríada de hombres y mujeres jóvenes con
gravísimos problemas de identidad), una de sus más potentes armas, a la que
habría que añadir la profesionalizada gestión de su imagen, una incuestionable capacidad
experta en guerra tecnológica, un ejército muy bien preparado, y una voracidad
criminal que atemoriza a Occidente y le hace aparecer como un enemigo
imbatible. Esto, de puertas hacia afuera. Porque en su territorio ponen en
marcha políticas sociales muy activas, de manera que no puede afirmarse que nos
encontremos ante una esclavización y represión brutales (limpieza religiosa al
margen) de la población. El yihadismo deviene una cuestión de honor, de héroes,
y no esa terrible lacra cuyo aliento sentimos todos los occidentales en el
cogote.
Evidentemente las artimañas son numerosas. Pero
tremendamente eficaces. Nos resultan impensables porque nosotros ni vivimos
inmersos en las redes sociales ni entendemos que alguien pueda formar su
personalidad adulta sin salir de la habitación, engatusándose con las mareas de
propaganda que arrasan determinados foros y círculos hasta decidir unirse al EI.
Quizá lo más terrible. El Califato da cumplida respuesta a las expectativas
inmaduras de esos jóvenes musulmanes insatisfechos consigo mismos y con los
Estados que les han dado de todo, salvo robustez y fortaleza. Les hemos
desdeñado porque son una ínfima minoría, pero a golpe de minoría hay un loco en
el mundo capaz de aterrorizarnos a todos con solo blandir el nombre de su
organización terrorista.