Nunca he logrado comprender las negociaciones que
emprendió en su momento Varoufakis, tan defenestrado por sí mismo y sus
incongruencias que, en plena apoteosis de rabia (diría, catarsis), ha
sentenciado que el rescate heleno es una edición renovada del Tratado de
Versalles, donde la Alemania derrotada fue humillada a pagar costosas
compensaciones. Toda esa bobada que escribe de golpes de Estado perpetrados con
bancos es una idiotez supina que, a aunque a mucha gente le parezca una
brillante metáfora de la situación, no deja de ser demagogia de último recurso.
¿No es a esos pretendidos golpistas a quienes el propio Varoufakis quería que
le concediesen dinero en condiciones de amigo íntimo?
Lo peor en esta vida es tener una alta consideración de
sí mismo. Bien sea por lo intelectual, lo monetario, lo anatómico o cualquier
otra razón. Porque en cuestión de consideraciones, la unión hace la fuerza, y
los gobiernos europeos, unidos, pueden destrozar las arrogancias de cualquier
petulante. Como ha sucedido. Y menos mal, porque el profesor de economía de la
teoría de juegos ha pretendido jugar impunemente con el destino de toda una
nación sin atender otra cosa que las turbulencias de su brillante cráneo.
Lo de Tsipras, el jugador líder, con mando en plaza, es
caso aparte. La realidad financiera de su país ha acabado por arrollar su
temeridad. ¿No dicen que celebró un referéndum? ¿No votó el pueblo en contra de
lo que, veinte minutos más tarde, aceptó sin pestañear? ¿Usted lo entiende?
Porque yo no, se me escapan las nociones básicas de cómo ser político estilo
siglo XXI en un país hundido hasta la cerviz en su deuda. O quizá sea que, en lo
que Castro definió como “deberse los unos a los otros sin excepción”, los
faroles y cuentos no sirven, solo sirve tener buen bolsillo con dinero. Y
Tsipras no lo tiene.
No me da igual lo que le pase a los griegos, pero sí me
importa poco el destino de estos trileros que, sin coleta y algunos con calva,
han pretendido convertir una ideología de cacerolada y plaza del pueblo en un
argumento superior a la de sus acreedores. En el ideario de los Tsipras y
Podemos que en el mundo son, la deuda no existe y los créditos se pueden echar
al fuego porque no pasa nada (auditoría popular, lo llaman). Lo que sucede
realmente es que son ellos los que finalmente acaban ardiendo en dos hogueras:
la que le preparan los que les ayudan, y la que preparan sus acólitos, por traicionarles.
Al loro, Pablito.