Me lo acaba de contar una amiga: “pienso dejar de votar
al PP, han aprobado una ley en el Congreso que permite urbanizar montes
quemados sin esperar 30 años”. Mi amiga tiene familia y propiedades en Galicia.
Para ella, se trata de una cuestión de pálpito y corazón. Ama los animales, ama
las plantas. No quiere en modo alguno ver cómo sus fincas, por humildes que
sean, emplazadas en pleno parque natural, se vean consumidas por las llamas
para mejor provecho de alguna industria, algún concejal, algún constructor sin
escrúpulos. Aunque oficialista, mi amiga sabe que los escrúpulos son un valor
demasiado líquido que rápidamente adopta el color, la forma y el nombre del
poderoso caballero.
Como siempre, los contenidos de las leyes son perezosamente
inadvertidos. Total, hay tantas, y son tan numerosas e intrincadas, que cómo
vamos a molestarnos los de a pie cuando ni los fiscales son capaces de manejar
tanto enredo… Se trata de una ley, la Ley de Montes, aprobada por el Consejo de
Ministros en febrero. Yo no había oído aún de ella (lo cual me desacredita,
supongo). El meollo estriba en que la ley impedirá a los agentes forestales actuar
en delitos penales y que, por causas de interés público, se podrá urbanizar
terreno calcinado. Desde el Gobierno se insiste en que muchos emplean los
incendios forestales para impedir que expropien sus terrenos, y con esta medida
se evitarán retrasos injustificados. Los agentes forestales y muchas
asociaciones han puesto el grito en el cielo…
No solo se queman los montes por el calor del verano o
las colillas de los conductores. Los montes se queman desde el momento en que
los ciudadanos nos despreocupamos de ellos, alegando que ya se encarga de ese
tema la administración. Sucede con los montes como con los inmigrantes que
atraviesan el Mediterráneo. Que nos indignan las muertes, pero nunca
presionamos lo suficiente a las autoridades y gobiernos para evitarlas. Que nos
repugna la combustión de los bosques y la pérdida de flora y fauna, pero siempre
encontramos motivos para justificar que se trata de asuntos menores,
secundarios, que lo primordial es prestar atención al paro, los bancos y la
corrupción.
Como siempre, los recovecos de la burocracia o la
relevancia subjetiva del legislador van a impedir dispensar claridad a los
asuntos que nos conciernen. Ha pasado antes, y volverá a pasar de nuevo. Los
montes se seguirán quemando y el hormigón acabará prevaleciendo con su pesadez
gris y vacua.