viernes, 21 de agosto de 2015

Hombres como animales

A algunos de mis amigos les causa estupor que sienta afinidad por los asuntos teológicos. Un ateo de provecho, como suelen sugerir los más delicados, no debería interesarse por cuestiones derivadas de una falsedad antropológica (la existencia de Dios). A un ateo convencido, como acostumbran a decir los más aguerridos batalladores, solo debería importarle plantar cara a curas y monjas y opusianos. En realidad, no tengo constancia de que una sola de mis amistades anticlericales se haya involucrado en eso de conocer mejor al enemigo...

El Papa argentino es un hombre profundamente signado por un amor inquebrantable a los animales. En su encíclica "Laudato si", el Papa Francisco interpreta (en mi opinión, con acierto y atinado juicio) que la leyenda de la creación, tal cual se narra en el Génesis, no justifica ni consolida la preeminencia del ser humano sobre los animales, sino que ambos en su conjunto conforman la obra de Dios, y la inteligencia y capacidad superiores del hombre sobre las bestias explican que el ser divino concediese a aquel el dominio (es decir, la responsabilidad de administrar) de la naturaleza. Como recientemente han comentado ciertos eruditos, siempre ha existido corrientes teológicas cristianas defensoras de esta interpretación ecologista y proteccionista con los animales, pero por razones de egoísmo, avaricia y estupidez (tres elementos consustanciales al aprovechamiento excesivo) se impuso la tradicional de dominación, por la que el homo sapiens dispone de carta blanca para cuantas nefastas demencias pudiera ocurrírsele.

Conozco gente, mucha, a decir verdad, cuyo amor por los animales excede con suficiencia los límites de este narrador, y aunque no encuentre en ese amor vestigio alguno del amor por Dios que refrende adecuadamente la encíclica del Sumo Pontífice, como es natural, me sentiría mucho mejor si algo de ello se le contagiase a las catervas inveteradas de embrutecidos parroquianos que estos días disfrutan mareando vaquillas y encendiendo astas de morlaco; por no hablar del 99% de nosotros, apasionados de la ingesta de carne proveniente de animales tratados con cruedad industrial, que este último es un problema de muy complicada solución (lo de las vaquillas y astados es una simple cuestión de decencia y cultura).

No necesito convencerme de que el amor por los animales es una cuestión teológica. Pero es buena noticia que, por fin, la teología devuelva esta cuestión a su lugar preciso.