viernes, 14 de agosto de 2015

La peor lacra de nuestro tiempo

La peor lacra que nos asola no es la del terrorismo islámico. Ni el desempleo. Ni los políticos. Es la maldita y repugnante violencia machista que extermina a las mujeres gota a gota. Esa violencia y criminalidad que ya aflora en las conductas de los chicos jóvenes cuando, incapaces de dominar sus instintos salvajes de dominación y posesión sobre la chica que les atrae, no dudan en imponerse del modo que sea, bofetadas e insultos incluidos, para impedir que se conduzca libremente de acuerdo a sus legítimas decisiones, porque para ellos, los machos, las hembras han de asumir con resignación que una vez que les han puesto el ojo encima son suyas y de nadie más, y que por muy honrada y leal que sean sus conductas, afuera hay otros machos con capacidad suficiente para hacerlas sucumbir a sus encantos, porque en el fondo, esos machos que dominan a una mujer con saña y enamoramiento, saben que no son sino mediocridades antropológicas a los que cualquier otro puede sobrepasar, y de alguna manera han de superar su insignificancia emocional.

El machista repugnante, cuando acaba emparejado con la chica que pretende, lo primero que hace es eliminar su careta de príncipe azul y propinarle, en la intimidad del hogar, cuantas palizas sea necesario con tal de dejar bien claro quién manda allí. Para la mujer, el dolor más atroz no son los golpes o las costillas rotas o los moratones en la cara y los brazos: es el silencio con el que ha de arrostrar su drama personal ante el miedo o la incapacidad de su propia familia y amigos (si le queda alguno); es la tragedia que se cierne sobre ella cuando vienen los hijos que, más pronto que tarde, verán sus lagrimas y sus sollozos y su miserable malestar; es advertir perfectamente que, cuanto más tiempo pase, será peor, y que nunca, aunque decida separarse, podrá alejar la sombra abominable de ese hombre al que un día creyó amar, una sombra que quizá desaparezca con su propio asesinato.

Queda un dolor más. El de la justicia, inservible. El de los informes de los psicólogos forenses, siempre acobardados a la hora de describir con exactitud a ese macho detestable. El de las acusaciones de mentirosa, de embaucadora, de querer convertir la vida de ese hombre ejemplar en una tragedia.

Todos estos dolores desaparecen con la muerte. Con nada más. Tan modernos, tan repletos de leyes, y no somos capaces de aceptar que hemos de perseguir (hasta el agotamiento) a la más terrible lacra que nos asola...