viernes, 25 de septiembre de 2015

Órdago a chica

Esto es una partida de mus. No pase en grande. No juegue a chica (no pierda tan pronto). Envide si tiene juego y declare órdago finalmente: el contrario se achicará, seguro. No importa que no tenga cartas: ¿para qué las necesita? ¿Supondrá alguna diferencia? Solo si acaba contando. Nada más. La partida la tiene ganada. Eso es seguro. ¿No ve que enfrente se sienta un contrincante amilanado y timorato? ¿Que su pareja (la suya no, la del tipejo indeciso) es igualmente pusilánime y no deja de mirar los naipes, señal inequívoca de desconfianza? ¿No advierte que su compañero de partida tiene más arrestos todavía que usted aunque esté jugando sin reyes?

Usted, claro está, es Cataluña. Su colega es secesionista desde que el padre, charnego, cultivaba el campo, siendo mozo, años antes de emigrar a Sant Boi. ¡Fíjese si tiene incardinada la liturgia independentista! No existía y ya pensaba que España roba a los catalanes: maldito sheriff de Nottingham. A usted, el juego de su compañero le comenzó desconcertando. Qué bravuconadas soltaba. Qué de dicterios expulsaba por su boca. Qué de esputos arrojaba al mentar el nombre del Estado, maldita sea. Pero, mire usted por dónde, poco a poco consiguió engatusarle a usted, y usted mismo, en su magín, comenzó a ver nítidamente dónde se había escondido la verdad durante tantos y tantos años.

Estos contrincantes suyos, que por no saber, ni saben hablar bien, siempre refiriéndose con mala sintaxis y peor gramática a lo importante, a las algarabías, a los chisgarabises (¡hay que fastidiarse!: lo mal que se expresan y la poca sustancia con la que hablan), estos contrarios, digo, les han subestimado a ustedes dos a la hora de jugar. ¿O en realidad fue indolencia teñida de soberbia? Porque no adivinaron el envite. Se rieron al verles pasar en chica. Despreciaron el órdago: ¡pensaron que no había cartas! Y ahora tiene usted la partida a punto de ganar, usted solo, porque su compañero sigue berreando encima del berrueco y nadie le toma en serio.

Qué fastidio. No le aceptan el órdago. Quieren contar cartas. En realidad no quieren, pero no queda más remedio. Lo cual es parecido, acaso una misma cosa. Y usted… ¡no tiene cartas! Nunca las ha tenido. Qué sabio e inteligente jugador de mus. ¡Qué estrepitosa y magnífica va a ser su derrota! Los disparos de fotografía ya comienzan a pergeñar su sinfonía de clics. Hay ruido en la sala. Las voces avanzan el veredicto. Debió usted jugarse el órdago a chica.