No les voy a hablar de actualidad política, aunque haga
uso de ella. Primero, porque en DV prefieren que no lo haga. Y segundo, porque
más apasionante que disertar sobre los detalles de una dimisión política de
actualidad, lo es hablar sobre las intrincadas sutilezas en que se sustentan
dichos detalles. Porque ya me contarán ustedes si la distancia que media entre
una condena y un rechazo no es asunto baladí. Dicen que en política hay que
cuidar las formas (todos andan obsesionados con la dichosa corrección), pero en
realidad las formas en política son balas de artillería muy pesada que no
cuidan de nada.
Fíjense si no lo que va en el juego de las expresiones a
la hora de referirse al repudio a la ETA. Los conservadores encuentran su
agarre en la condena, los abertzales en el rechazo. Para quienes nos sentimos
asqueados de la barbarie humana y sufrimos con el sufrimiento infligido por los
asesinos terroristas, sin paliativos ni entendimientos espurios, el anterior juego
dialéctico es simplón y solo se entiende como una manera (política) de mostrar
de dónde se proviene: no hacia dónde se va. La realidad del mundo, a lo largo
de sus eternos siglos, establece que el futuro se construye atravesando los
parajes más abruptos por los caminos más difíciles, los que exigen sacrificios
nobles e imprudentes. Caminos que, no obstante, no restan un ápice a que en el
pasado ha sucedido. Y pese a ello, cómo parece constreñir el endeble atavío del
verbo a la hora de decidir cuándo un político es activo o deja de serlo.
Es imposible que, pese al silencio oficial, siempre frío,
y el asentimiento individual, siempre obligado, de un partido tan complejo como
el PP, todas las voluntades coincidan en una misma e idéntica opinión. Máxime
si ésta se expresa en un documento donde se propone una confección de la paz
que dé carpetazo definitivo a años y años de terror felizmente superado (que no
olvidado). Todas las propuestas de paz acaban siempre con la muerte política de
sus precursores. Unas veces a causa de un objetivo errado. Otras, por un verbo
mal elegido. Y entre sus páginas, como no podía ser menos, la lucha ciega y
despiadada por el poder.
Me gustaba a mí Arantza Quiroga, aun no siendo yo votante
de su partido. Fue valiente su decisión. Pero la espantosa descomposición del
partido con cuarteles generales en La Moncloa ha causado su defenestración y
otorgado a sus votantes y electores una oportunidad perdida, otra más. Euskadi
mira a Terranova.